viernes, noviembre 23, 2007

Balance parcial

Así como al doctor le resulta complicado tratar con un familiar dentro de una relación profesional paciente-médico, así el politólogo se encuentra en una condición peculiar cuando analiza su vínculo primario como objeto de estudio.

Lo anterior viene a colación por el ineludible tema de las elecciones realizadas en el estado de Puebla el pasado 11 de noviembre para determinar la nueva composición del Congreso local (26 diputados de mayoría relativa y 15 de representación proporcional), así como la integración de los 217 ayuntamientos en que está dividida la entidad. La gente ha salido a votar y la autoridad electoral ha hecho el conteo. Los resultados llaman la atención. Veamos.

Un primer asunto es el de la participación. Un clásico ejemplo del vaso medio lleno o medio vacío. El porcentaje ha quedado en 51, de acuerdo con el Instituto Electoral del Estado de Puebla (IEEP), quien en voz de su consejero presidente, Jorge Sánchez, ha afirmado que es un buen resultado porque superaron la media nacional de afluencia a las urnas de 45 por ciento (Francisco Rivas, “Aplaude IEE 51% de votos en Puebla”, Reforma, noviembre 13, 2007, p. 17).

En contraste, también puede señalarse que el índice ha descendido respecto a los últimos comicios realizados, ya que en las presidenciales de 2006 el porcentaje de participación a nivel nacional fue de 58,55 y en Puebla de 57,74.

En general, los datos nos muestran que sólo a la mitad de los electores poblanos les ha interesado acudir a las casillas a ejercer su derecho al sufragio.

El segundo tema es el de los resultados. Llama la atención que el Partido Revolucionario Institucional (PRI) haya obtenido tal cantidad de triunfos en ambos frentes: 25 de 26 diputados de mayoría y 143 de 217 municipios (frente a 52 del PAN, 16 para la coalición PRD-Convergencia, dos para el PT, dos para Nueva Alianza, uno para Esperanza Ciudadana y uno que está en espera de resolución).

¿Y por qué llaman la atención? Básicamente porque se preveía otro tipo de tendencia en la votación luego del escándalo en el que se vio envuelto el titular del Ejecutivo estatal (PRI) en febrero de 2006. Asimismo, son de notar porque un signo de los comicios estatales en el últimos años ha sido el de la alta competencia partidista, la cual ha propiciado la presencia de gobiernos divididos, es decir sin la hegemonía de uno sobre los demás.

El número de cargos públicos que los electores poblanos han depositado en el PRI nos indica que, pese a todo, se sigue otorgando confianza a este partido para dirigir los asuntos comunitarios.

Ahora bien, las razones para explicar este fenómeno se bifurcan. Por un lado, se puede esgrimir que lo estatal no significa necesariamente lo local, que el electorado es maduro y que ha distinguido estos ámbitos de gobierno y los personajes que los representan, o bien, que la decisión final correspondió a la oferta política que recibieron en sus respectivas jurisdicciones. Por el otro, que la estrategia para atenuar el audioescándalo ha funcionado, que no hay opciones partidistas con la suficiente fuerza para afrontar la competencia y que la población ha olvidado demasiado pronto. Todo dependerá –como afirma el clásico—del cristal con que se mire.

Finalmente, en el caso de Huauchinango los resultados más que sorprender han confirmado un hecho: la consolidación de un grupo político en el poder. Al final del día, en eso consiste la política: en obtener, retener y acrecentar el poder. Sin embargo, lo que llama la atención es que, las escisiones del mismo grupo que han intentado competir y que en el papel aparecían como las más indicadas y las más fuertes para hacerlo, han fracasado en sus intentos. Algo que obligará a replantear la estrategia en el corto plazo a aquellos que hoy se han vuelto a ubicar en el lugar de la oposición.

Por el momento las aguas deberán volver a su cauce. Después de los comicios se avecinan tres años de trabajo. Nunca está por demás recordar que el punto relevante de las elecciones no termina con la obtención del cargo público, sino que justo comienza en ese instante. La entidad presenta serios rezagos que deben atenderse de manera inmediata y en el cual el papel de las nuevas autoridades será crucial.


El Guardián, noviembre 17, 2007.

martes, noviembre 13, 2007

Naturales tragedias humanas

El término “calentamiento global” está en peligro. No porque se trate de una falsedad o porque sea irrelevante. No. Lo está porque se encuentra a un paso de convertirse en un cliché y en un lugar común. Si hace algunos años todas las explicaciones a los males del planeta se limitaban a una, al “neoliberalismo”, en la actualidad hemos encontrado en él al sustituto perfecto para justificar nuestras desgracias con nombre y apellido.

Esto no significa que el tema sea banal. Al contrario, es tan relevante que, frente a la contundencia de los hechos que demuestran su existencia y sus probables repercusiones en la vida cotidiana, muchos listillos están intentando usarlo como el manto protector por el que se justifiquen errores más cercanos a la acción o no acción de los hombres que a la propia naturaleza.

Si uno revisa las hemerotecas y los informes de la gestión gubernamental nos percataremos que una característica del país es la de enfrentar de manera sistemática contingencias naturales.

Así, por ejemplo, un año tenemos un gran sismo originado en la costa de Guerrero y al otro un huracán de nombre anglosajón golpea con furia la Península de Yucatán. Superada la emergencia escuchamos que un incendio fuera de control se extiende por los bosques del centro, al tiempo que una sequía atípica campea en los estados del norte. De hecho, el asunto se ha convertido en algo tan cercano y común que muchas veces ya no sólo somos testigos de su presencia por la televisión, sino que la padecemos en directo, tal y como sucedió con las lluvias de octubre de 1999 aquí en la Sierra Norte de Puebla.

Sin embargo, el punto consiste en preguntarse si en todos los casos la tragedia ha sido necesariamente inevitable. Es decir, si la acción humana no podía haber erradicado el riesgo o, al menos, haberlo disminuido.

Estamos de acuerdo en que una emergencia es eso, es decir un suceso o un accidente que ocurre de manera súbita e inesperada. En ocasiones ni los más sofisticados métodos de prevención pueden hacer frente a los embates de la naturaleza. Pero los hechos también demuestran que la experiencia y la ciencia han permitido estar en condiciones menos vulnerables que antaño.

En la actualidad contamos con imágenes satelitales que muestran la evolución de las condiciones atmosféricas en los océanos, con sensores que permiten anticipar movimientos telúricos y, sobre todo, con el aprendizaje que años de padecimientos nos han dejado. Ante esto, ¿por qué seguimos siendo extremadamente frágiles ante esta clase de contingencias?

Aquí vuelvo al punto de inicio. La respuesta se ha ido simplificando a tal grado que, a la menor provocación, cualquiera puede sugerir que se debe al “calentamiento global”. De acuerdo, pero no del todo. La intervención o no intervención de las administraciones públicas es un factor crucial, al igual que los hábitos y las costumbres de la población.

¿Por qué se sigue permitiendo el uso de las riberas de los ríos como zonas habitacionales? ¿Por qué se tolera que se siga dañando el medio ambiente? ¿Por qué pasada una emergencia no se toman medidas de fondo y se vuelve a confiar en la buena suerte o en el azar?

Un círculo vicioso nos envuelve. Los gobiernos de los tres ámbitos de gobierno no participan en la solución de estos problemas, o bien, aunque deseen hacerlo, en ocasiones no cuentan ni con el personal, ni con la fuerza, ni con los recursos suficientes para concluir las buenas intenciones y proyectos que se han repetido hasta la saciedad en foros, seminarios, congresos y reuniones de trabajo.

Pero también la población tenemos un grado de responsabilidad. Después de que se asoma una lágrima en nuestros ojos al mirar las imágenes de las tragedias naturales por la televisión, seguimos congestionando las alcantarillas con basura, por dar sólo un ejemplo.

El calentamiento global y su impacto en el medio ambiente son contundentes. Sin embargo, existe el riesgo de tratar de explicar y justificar todo a través de la sola invocación de su nombre. Estamos en el umbral de convertirlo en nuestro villano favorito y en el enemigo público número uno en turno.

Si hace unos años era, repito, el multimencionado neoliberalismo (y antes los comunistas, los terroristas, los narcotraficantes y hasta los extraterrestres), en la actualidad ese lugar lo está tomando la cuestión ambiental.

Post Scriptum

El día de mañana se elige a los ayuntamientos y a los integrantes del Congreso del estado de Puebla. El momento supremo en el que la ciudadanía ejerce su soberanía para elegir a sus gobernantes y representantes. La petición es, una vez más, que se aproveche este derecho y que se asista a las urnas.

El Guardián, noviembre 10, 2007.