domingo, diciembre 02, 2007

FIL 2007

En muchos aspectos México es contradictorio. La metáfora del país como un mendigo sentado sobre una mina de oro es aleccionadora. A veces tenemos todo, pero no aprovechamos nada, o bien, aparentamos estar en la ruina y resulta que estamos mejor de lo que pensamos.

Uno de estos casos es el relacionado con la lectura y los libros. No deja de ser interesante el fenómeno de que, siendo una sociedad tan poco cercana a ambas cosas, se desarrolle en nuestro territorio la celebración más importante del asunto en el idioma castellano. Me refiero a la Feria Internacional del Libro (FIL) que anualmente tiene lugar en Guadalajara. De acuerdo con cifras oficiales, leemos 2,5 libros al año. Nada para presumir. En contraste, tenemos a la máxima fiesta editorial del español en el planeta.

La semana pasada he asistido a esta Feria. Por donde se le vea es impresionante. La cantidad de libros, las nuevas ofertas, la vitalidad que muestra el gremio, el ambiente de fiesta que se respira por doquier. Si uno va, digamos, sin prejuicios, saldrá convencido de que somos una potencia intelectual. Ya en la calle la realidad hace su trabajo.

Para poder sacar provecho de lo que ahí se ofrece es necesario instalarse de tiempo completo y horas extras durante los 10 días que dura la celebración. Desafortunadamente, en esta ocasión sólo ha sido una visita efímera, pero de la cual he tomado las siguientes notas para compartir.

El domingo por la tarde se ha montado una mesa con los colaboradores de la revista Letras Libres que se han aventurado en la modalidad del blog, ese nuevo espacio virtual en forma de bitácora personal que ha venido a revolucionar –en parte—la literatura y el periodismo.

El escritor José de la Colina (Santander, 1934) abrió fuego afirmando que escribir un blog es algo parecido a lanzar botellas al mar, aunque la diferencia con la visión tradicional y romántica de esta metáfora es que, en estas bitácoras virtuales, pueden recibirse las respuestas de desconocidos casi de forma inmediata.

En efecto, uno escribe y lo suelta, no al mar, claro, pero sí a una cosa aún más grande, desconocida y escabrosa: el internet. Los autores –profesionales o amateurs—nunca podrán saber con exactitud qué repercusiones finales tendrá un texto, a quién le gustará, a quién le puede parecer una blasfemia y, por lo tanto, qué contratiempos o beneficios le puede acarrear al que se atrevió a decir algo más allá de su esfera personal. Por supuesto, tampoco si algún listillo plagiará un escrito o toda una idea.

Que esto no es exclusivo de la era virtual es obvio. El punto radica en que ahora, con este tipo de herramientas, el oficio de escribir se ha masificado. A día de hoy, cualquier persona con un ordenador, algo de tiempo, ocio e interés, puede decirle al mundo lo que piensa sobre una multitud de temas.

Esto me lleva a los casos de algunos colegas que alimentan con regularidad blogs y cuyas posiciones no suelen ser del agrado de muchos, por lo que han recibido amenazas o intimidaciones. Aunque, claro, también habrá que destacar la formación de comunidad con aquellos que comparten lo que uno piensa y expone.

Hilado a anterior, el crítico literario Christopher Domínguez Michael (Ciudad de México, 1962), afirmó que es necesario ejercer algún tipo de censura a los comentarios que se dejan de manera irresponsable en esta clase de sitios (los famosos feedbacks). Pero, antes de continuar, ojo con el asunto. En este caso no debe entenderse al término censura como un acto inquisitorio, sino como una autorregulación necesaria para evitar problemas mayores como, por ejemplo, la difamación.

En efecto. En los blogs cualquiera puede usar un lenguaje bestial –tanto en ortografía como en “argumentos”—para denostar algún tema o escrito. Aunque esto ha ocurrido desde siempre cuando se publica algo, la presencia de estos sitios también ha facilitado el que cualquiera, bajo el anonimato, descalifique desde la irresponsabilidad y con la mano en la cintura a algo o a alguien. Y para ilustrar lo anterior, qué mejor ejemplo que el de los propios blogs de Letras Libres.

De la Colina ha señalado que luego de subir algún texto suele recibir cualquier cantidad de comentarios, desde felicitaciones hasta mentadas de madre, pasando por mensajes amorosos de antiguas novias y reclamos enjundiosos.

Uno de estos últimos es el que descalifica de forma sistemática cualquier cosa que provenga de los colaboradores de dicha revista bajo el “argumento” de que son “vendidos del imperio”.

Ante esto, el exiliado español respondió que sí, que sí son “vendidos del imperio”, pero que cuando quieren cobrar los cheques que el mismo imperio les envía, se encuentran con que los bancos han sido cerrados por las masas populares lideradas por… Elena Poniatowska.


El Guardián, diciembre 1, 2007.

viernes, noviembre 23, 2007

Balance parcial

Así como al doctor le resulta complicado tratar con un familiar dentro de una relación profesional paciente-médico, así el politólogo se encuentra en una condición peculiar cuando analiza su vínculo primario como objeto de estudio.

Lo anterior viene a colación por el ineludible tema de las elecciones realizadas en el estado de Puebla el pasado 11 de noviembre para determinar la nueva composición del Congreso local (26 diputados de mayoría relativa y 15 de representación proporcional), así como la integración de los 217 ayuntamientos en que está dividida la entidad. La gente ha salido a votar y la autoridad electoral ha hecho el conteo. Los resultados llaman la atención. Veamos.

Un primer asunto es el de la participación. Un clásico ejemplo del vaso medio lleno o medio vacío. El porcentaje ha quedado en 51, de acuerdo con el Instituto Electoral del Estado de Puebla (IEEP), quien en voz de su consejero presidente, Jorge Sánchez, ha afirmado que es un buen resultado porque superaron la media nacional de afluencia a las urnas de 45 por ciento (Francisco Rivas, “Aplaude IEE 51% de votos en Puebla”, Reforma, noviembre 13, 2007, p. 17).

En contraste, también puede señalarse que el índice ha descendido respecto a los últimos comicios realizados, ya que en las presidenciales de 2006 el porcentaje de participación a nivel nacional fue de 58,55 y en Puebla de 57,74.

En general, los datos nos muestran que sólo a la mitad de los electores poblanos les ha interesado acudir a las casillas a ejercer su derecho al sufragio.

El segundo tema es el de los resultados. Llama la atención que el Partido Revolucionario Institucional (PRI) haya obtenido tal cantidad de triunfos en ambos frentes: 25 de 26 diputados de mayoría y 143 de 217 municipios (frente a 52 del PAN, 16 para la coalición PRD-Convergencia, dos para el PT, dos para Nueva Alianza, uno para Esperanza Ciudadana y uno que está en espera de resolución).

¿Y por qué llaman la atención? Básicamente porque se preveía otro tipo de tendencia en la votación luego del escándalo en el que se vio envuelto el titular del Ejecutivo estatal (PRI) en febrero de 2006. Asimismo, son de notar porque un signo de los comicios estatales en el últimos años ha sido el de la alta competencia partidista, la cual ha propiciado la presencia de gobiernos divididos, es decir sin la hegemonía de uno sobre los demás.

El número de cargos públicos que los electores poblanos han depositado en el PRI nos indica que, pese a todo, se sigue otorgando confianza a este partido para dirigir los asuntos comunitarios.

Ahora bien, las razones para explicar este fenómeno se bifurcan. Por un lado, se puede esgrimir que lo estatal no significa necesariamente lo local, que el electorado es maduro y que ha distinguido estos ámbitos de gobierno y los personajes que los representan, o bien, que la decisión final correspondió a la oferta política que recibieron en sus respectivas jurisdicciones. Por el otro, que la estrategia para atenuar el audioescándalo ha funcionado, que no hay opciones partidistas con la suficiente fuerza para afrontar la competencia y que la población ha olvidado demasiado pronto. Todo dependerá –como afirma el clásico—del cristal con que se mire.

Finalmente, en el caso de Huauchinango los resultados más que sorprender han confirmado un hecho: la consolidación de un grupo político en el poder. Al final del día, en eso consiste la política: en obtener, retener y acrecentar el poder. Sin embargo, lo que llama la atención es que, las escisiones del mismo grupo que han intentado competir y que en el papel aparecían como las más indicadas y las más fuertes para hacerlo, han fracasado en sus intentos. Algo que obligará a replantear la estrategia en el corto plazo a aquellos que hoy se han vuelto a ubicar en el lugar de la oposición.

Por el momento las aguas deberán volver a su cauce. Después de los comicios se avecinan tres años de trabajo. Nunca está por demás recordar que el punto relevante de las elecciones no termina con la obtención del cargo público, sino que justo comienza en ese instante. La entidad presenta serios rezagos que deben atenderse de manera inmediata y en el cual el papel de las nuevas autoridades será crucial.


El Guardián, noviembre 17, 2007.

martes, noviembre 13, 2007

Naturales tragedias humanas

El término “calentamiento global” está en peligro. No porque se trate de una falsedad o porque sea irrelevante. No. Lo está porque se encuentra a un paso de convertirse en un cliché y en un lugar común. Si hace algunos años todas las explicaciones a los males del planeta se limitaban a una, al “neoliberalismo”, en la actualidad hemos encontrado en él al sustituto perfecto para justificar nuestras desgracias con nombre y apellido.

Esto no significa que el tema sea banal. Al contrario, es tan relevante que, frente a la contundencia de los hechos que demuestran su existencia y sus probables repercusiones en la vida cotidiana, muchos listillos están intentando usarlo como el manto protector por el que se justifiquen errores más cercanos a la acción o no acción de los hombres que a la propia naturaleza.

Si uno revisa las hemerotecas y los informes de la gestión gubernamental nos percataremos que una característica del país es la de enfrentar de manera sistemática contingencias naturales.

Así, por ejemplo, un año tenemos un gran sismo originado en la costa de Guerrero y al otro un huracán de nombre anglosajón golpea con furia la Península de Yucatán. Superada la emergencia escuchamos que un incendio fuera de control se extiende por los bosques del centro, al tiempo que una sequía atípica campea en los estados del norte. De hecho, el asunto se ha convertido en algo tan cercano y común que muchas veces ya no sólo somos testigos de su presencia por la televisión, sino que la padecemos en directo, tal y como sucedió con las lluvias de octubre de 1999 aquí en la Sierra Norte de Puebla.

Sin embargo, el punto consiste en preguntarse si en todos los casos la tragedia ha sido necesariamente inevitable. Es decir, si la acción humana no podía haber erradicado el riesgo o, al menos, haberlo disminuido.

Estamos de acuerdo en que una emergencia es eso, es decir un suceso o un accidente que ocurre de manera súbita e inesperada. En ocasiones ni los más sofisticados métodos de prevención pueden hacer frente a los embates de la naturaleza. Pero los hechos también demuestran que la experiencia y la ciencia han permitido estar en condiciones menos vulnerables que antaño.

En la actualidad contamos con imágenes satelitales que muestran la evolución de las condiciones atmosféricas en los océanos, con sensores que permiten anticipar movimientos telúricos y, sobre todo, con el aprendizaje que años de padecimientos nos han dejado. Ante esto, ¿por qué seguimos siendo extremadamente frágiles ante esta clase de contingencias?

Aquí vuelvo al punto de inicio. La respuesta se ha ido simplificando a tal grado que, a la menor provocación, cualquiera puede sugerir que se debe al “calentamiento global”. De acuerdo, pero no del todo. La intervención o no intervención de las administraciones públicas es un factor crucial, al igual que los hábitos y las costumbres de la población.

¿Por qué se sigue permitiendo el uso de las riberas de los ríos como zonas habitacionales? ¿Por qué se tolera que se siga dañando el medio ambiente? ¿Por qué pasada una emergencia no se toman medidas de fondo y se vuelve a confiar en la buena suerte o en el azar?

Un círculo vicioso nos envuelve. Los gobiernos de los tres ámbitos de gobierno no participan en la solución de estos problemas, o bien, aunque deseen hacerlo, en ocasiones no cuentan ni con el personal, ni con la fuerza, ni con los recursos suficientes para concluir las buenas intenciones y proyectos que se han repetido hasta la saciedad en foros, seminarios, congresos y reuniones de trabajo.

Pero también la población tenemos un grado de responsabilidad. Después de que se asoma una lágrima en nuestros ojos al mirar las imágenes de las tragedias naturales por la televisión, seguimos congestionando las alcantarillas con basura, por dar sólo un ejemplo.

El calentamiento global y su impacto en el medio ambiente son contundentes. Sin embargo, existe el riesgo de tratar de explicar y justificar todo a través de la sola invocación de su nombre. Estamos en el umbral de convertirlo en nuestro villano favorito y en el enemigo público número uno en turno.

Si hace unos años era, repito, el multimencionado neoliberalismo (y antes los comunistas, los terroristas, los narcotraficantes y hasta los extraterrestres), en la actualidad ese lugar lo está tomando la cuestión ambiental.

Post Scriptum

El día de mañana se elige a los ayuntamientos y a los integrantes del Congreso del estado de Puebla. El momento supremo en el que la ciudadanía ejerce su soberanía para elegir a sus gobernantes y representantes. La petición es, una vez más, que se aproveche este derecho y que se asista a las urnas.

El Guardián, noviembre 10, 2007.

lunes, octubre 22, 2007

Elecciones y medios de comunicación

Los comicios para elegir al nuevo alcalde de Huauchinango están a la vuelta de la esquina. En menos de 30 días sabremos el nombre de aquellos que tendrán bajo su responsabilidad la conducción del municipio durante los próximos tres años. Los que no estamos en la ciudad, pero que nos interesamos en ella, hemos seguido el desarrollo de la competición a través de los medios de comunicación disponibles. ¿Qué consideraciones hay al respecto? Veamos.

La cobertura ha mostrado, en términos generales, altibajos. Los medios estatales en línea suelen dedicar, tal y como tradicionalmente ha sucedido, un espacio acotado a lo que sucede más allá de la capital de la entidad y su zona conurbada. Este fenómeno me ha llamado la atención desde siempre. La Sierra Norte ha vivido, en mi opinión, un cierto desarraigo de quien debe ser su referente político y administrativo inmediato, es decir de la ciudad de Puebla.

Lo anterior se puede ejemplificar con lo que experimentamos en términos de oferta televisiva hasta antes de la entrada del servicio satelital y por cable. En Huauchinango no se veían los telediarios de la capital estatal, aquellos que, en teoría, debían mostrar cierto interés por lo que sucede en la demarcación. Lo que había era un caudal de noticias, pero de la entidad vecina, es decir de Veracruz. Por años nos enteramos más de lo que ocurría en Paso del Macho o en Paso de Ovejas, pero no de los asuntos públicos de los municipios colindantes.

Al parecer, esta situación ha variado poco en los últimos tiempos. A pesar de que ya existe una mayor cobertura de los acontecimientos de la zona por la existencia de más medios y por el uso de internet, éstos suelen limitarse a la época electoral o a la presentación de notas policíacas o atípicas.

Por otro lado, un aspecto que destaca es que, de las notas que se pueden consultar en los principales diarios en línea del estado, la mayor parte de ellas enfatizan los conflictos y las diferencias (las cuales son noticia, claro), pero minimizan la presentación de las propuestas (si es que las hay, claro) de las planillas que compiten por el ayuntamiento.

En efecto, en las semanas recientes los lectores nos hemos podido enterar de las acusaciones que se han cruzado los candidatos, de las diferencias al interior de los partidos y de las alianzas que han formado, de algunos brotes de violencia durante los actos de campaña, de los acontecimientos de color durante la visita de Andrés Manuel López Obrador a la Plaza del Ayuntamiento, pero… poco o casi nada se puede saber de lo que piensan hacer los aspirantes cuando arriben al cargo.

Esto puede sonar a un lugar común y una expresión políticamente correcta. Sin embargo, estoy convencido de que también se trata de una duda legítima. Por ejemplo, ¿cuál es el plan de trabajo de los competidores?, ¿qué están planeando realizar para solucionar problemas como la inseguridad, el ordenamiento urbano, la recolección de la basura, la atención a las comunidades indígenas, entre otros temas?, ¿a qué personas están considerando incluir en sus equipos?, ¿cómo se abordará la mejora de la administración pública local?

El hecho de que estos temas no ocupen lugares privilegiados en los medios no significa que no existan (aunque tampoco garantiza que sí los haya). El punto a destacar es que, aunado a la presentación de notas que den cuenta de los peculiares elementos de folklore que rodean a una elección municipal, sería conveniente que los lectores tengamos mayores instrumentos de decisión antes de emitir el sufragio, lo cual pasa, de manera forzosa, por la presentación de las plataformas electorales de los partidos.

La importancia de los medios de información, tanto impresos como electrónicos, es crucial en el desarrollo de la vida pública. Su función es insustituible en lo que respecta a la formación del sentido común de la población y en su papel de arena de debate de los asuntos comunitarios.

El politólogo norteamericano Robert Dahl puso en claro el tema: una democracia fuerte requiere ciertos arreglos, prácticas e instituciones políticas, entre las que se encuentran la libertad de expresión y las fuentes alternativas de información.

En la medida en que tengamos medios consolidados e independientes la calidad de la discusión de los asuntos políticos se incrementará. Se trata de un ideal que no debe dejar de perseguirse.


El Guardián, octubre 20, 2007.

jueves, octubre 11, 2007

Instantáneas de septiembre

¿Quién? (se creen)

El ex presidente Vicente Fox sigue dando de qué hablar (su segunda esposa aún le llama "presidente" , por cierto). La última ha sido su aparición en la revista de sociales Quién, junto a Marta Sahagún, mostrando las remozadas instalaciones de su rancho en San Cristóbal, Guanajuato. Ahí ha hecho ostentación de lo que el sexenio que él dirigió al país le ha dejado en términos de bonanza económica. Nueva posición, nueva vida.

Por supuesto, la función que realizó como titular del Poder Ejecutivo merece una recompensa. No necesariamente por los méritos que haya tenido, sino por el simple hecho de que ser el presidente también es un trabajo. Claro, no es una labor común y corriente, pero no deja de pertenecer a una nómina. Entonces, el desempeñarlo implica que las cuentas bancarias muestren algún impacto positivo.

El dinero que ha ganado lo puede invertir en lo que quiera. Tal y como sucede con usted lector o conmigo. Así, Fox bien pudo haber decidido comprar una flotilla de camiones, montar una taberna o… remodelar su vivienda. El punto es que, al parecer, la virtud y la mesura siguen siendo su lado flaco.

Una regla no escrita para los ex presidentes mexicanos ha sido la discreción, sobre todo en la vida política. En un artículo reciente el Dr. Mauricio Merino lo definía con claridad: desde Lázaro Cárdenas se ha hecho implícito un pacto de alejamiento para esta clase de personas. El último intento de seguir en la palestra lo encarnó Carlos Salinas, quien apareció en una humilde casa de Agualeguas, NL., ataviado con chaqueta de piel y bebiendo agua Evian, mientras trataba de demostrar a la opinión pública que se encontraba en huelga de hambre. Los resultados de esa acción son conocidos por todos.

Quizás Fox no está buscando influir en la dirección del Estado (algo que tampoco realizó con eficiencia durante su mandato), pero lo que sí está logrando –y con creces—es abrir frentes de conflicto a la actual administració n, innecesarios y gratuitos la mayoría de ellos. Más allá de las sospechas sobre el enriquecimiento de los Fox Sahagún, lo que ha generado controversia es ese afán protagónico que los ha llevado a exhibirse en dicha publicación. Una especie de ofensa por el gusto de nuevo rico de provincia frente a la pobreza generalizada del país.

Por algo Platón, hace más de 2 mil años, recomendaba que el ejercicio de gobierno recayera sólo en los sabios y en los filósofos.

El Rector

Se acerca el tiempo de renovación en la Universidad Nacional. Pronto la comunidad universitaria deberá elegir al nuevo Rector, aquel que sustituirá al Dr. Juan Ramón de la Fuente.

En mi opinión, la gestión de este último ha sido notable. Tomó a la Universidad en uno de sus peores momentos (después de la huelga de 1999) y la ha conducido a mejores estadios. Hoy está situada entre las 100 mejores del orbe y su imagen negativa poco a poco ha ido quedando atrás. Hace una semana Ciudad Universitaria ha sido reconocida por la UNESCO como Patrimonio Cultural de la Humanidad.

El hecho de haber podido desactivar un conflicto político de las dimensiones del paro no ha sido poca cosa. Gobernar un ente como la Universidad es casi como llevar las riendas de un pequeño país. El capital político que le ha redituado lo anterior al Rector es considerable. Tanto, que varios candidatos presidenciales en 2006 estuvieron disputando su fichaje dentro de sus equipos.

Ahora, al final de su administración, la pregunta que queda es, ¿qué hará de la Fuente después de la Universidad? No exageraría si afirmo que es uno de los personajes con mayor legitimidad en el país en este momento. Sin embargo, la duda más fuerte es, ¿quién ocupará su lugar en Rectoría? Suenan algunos nombres, pero aún no hay nada seguro.

Espero, por el bien de mi Universidad, que el que venga llene con creces los zapatos de de la Fuente.

Lluvias y más lluvias

Al momento de escribir estas líneas leo en los diarios estatales y nacionales que las precipitaciones más recientes en la Sierra Norte de Puebla por el paso del huracán Lorenzo ya han cobrado la vida de tres personas en el municipio de Chiconcuautla. Una situación lamentable que nos lleva a una consideración: el trabajo que tiene que realizarse en el futuro debe enfocarse en la prevención.

En efecto, los servicios de atención a contingencias naturales han mostrado su eficacia. Sin embargo, el punto debe atacarse desde la raíz, es decir las autoridades locales deberán reubicar a las personas que se encuentran en situación de riesgo para, de esta forma, no estar atendiendo sólo emergencias en cada nueva temporada de lluvias, las cuales, por cierto, son más intensas conforme pasan los años.


El Guardián, septiembre 29, 2007.

Impuestos

El político e inventor norteamericano Benjamin Franklin solía afirmar que en esta vida sólo tenemos dos cosas seguras: la muerte y… el pago de impuestos. Sobre el primero, ni duda. Sobre el segundo, la historia se ha encargado de comprobarlo. Desde el instante mismo en que pertenecemos a una comunidad debemos contribuir al mantenimiento de la misma.

En el debate académico y en los discursos políticos se ha afirmado hasta la saciedad que en México el nivel de recaudación es muy bajo, ya no sólo en relación a lo que sucede en países desarrollados, sino frente a sus homólogos latinoamericanos. De acuerdo con la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), en el país se cobra 0.3 por ciento del PIB, mientras que en Chile, por ejemplo, la tasa se eleva a 3 por ciento.

Lo anterior ha tenido un impacto negativo en la operación de las administraciones públicas y, por ende, en los servicios que se prestan a la población. Una frase que sintetizaría el conflicto es: muchas carencias, pocos medios para afrontarlas.

En este punto es conveniente recordar la lógica que rige el pago de impuestos. El Estado necesita dinero para cumplir sus obligaciones. Esos recursos los obtiene de las contribuciones de sus habitantes. Los impuestos se retribuyen en formas diversas (servicios públicos, infraestructura, seguridad, entre otros). De esta manera se crea un círculo virtuoso –al menos en teoría—en el cual el dinero público no se pierde, sino sólo se "recicla".

Uno de los ejemplos clásicos sobre el tema es el de los países escandinavos. Ahí, los pagos que deben realizar sus habitantes al Estado son bastante elevados. Sin embargo, los contribuyentes los realizan porque sus autoridades se han ganado la legitimidad para cobrarlos, es decir los transforman en servicios sociales eficientes y dignos.

En México, sobra decirlo, esto no ha sido así. Múltiples factores históricos han abonado para que los niveles de recaudación sean bajos y para que los recursos públicos no siempre se conviertan en obras y servicios. Arreglos y prebendas a grupos de poder, evasión, una legislación fiscal confusa, cobros selectivos, politización de temas técnicos, un creciente sector informal de la economía, entre otros, han ido minando la capacidad del Estado para cobrar y la confianza del ciudadano para aportar.

La reciente discusión en el Congreso de la reforma fiscal ha vuelto a poner el tema a debate con una particularidad: dejar al descubierto el doble discurso que suele generar. Veamos.

Existe cierto consenso en afirmar que el Estado mexicano necesita más recursos, sobre todo para –como afirma la publicidad oficial—ayudar a los que menos tienen. De acuerdo. Sin embargo, pocos o casi nadie está dispuesto a asumir los costos políticos que esto implica. Ahí tenemos, por ejemplo, el caso del aumento a los combustibles. Esta iniciativa fue presentada en el parlamento y, frente a la andanada de críticas que provocó en los medios y en la opinión pública, después nadie asumía la paternidad de la misma, casi como si hubiese llegado caminando sola a San Lázaro.

Cobijados en una supuesta defensa a ultranza de la población, diversos actores políticos se deslindaron del tema, afirmando que no permitirían un nuevo golpe a la economía popular. Una posición que suele dar buenos dividendos electorales. En contraste, una vez aprobado dicho aumento gradual, los titulares de las administraciones a las cuales se dirigirá lo que se logre recaudar no se han mostrado muy indignados por recibirlo (el impuesto a la gasolina y el diesel está etiquetado a las entidades federativas) .

Entonces, lo que tenemos es una aceptación de facto de la necesidad de más recursos, pero también una posición mustia sobre el riesgo de asumir estas responsabilidades. Al respecto, también debe recordarse que una de las vías propuestas para mejorar las haciendas locales ha sido el cobro de impuestos municipales y estatales, los cuales han sido rechazados por estos ámbitos de gobierno, trasladando sistemáticamente esta responsabilidad (y sus consecuencias) a su contraparte federal.

Por supuesto, si uno se pone en los zapatos de los actores políticos sabe que estar por el cobro de más impuestos significará casi el fin de la gracia popular. Sin embargo, sería conveniente que fuésemos dejando atrás estos complejos de abordar los asuntos por su nombre y que el verdadero motivo de preocupación no sea anunciar que se van a modificar los impuestos, sino saber con exactitud en qué y cómo se van a gastar los fondos que se esperan recaudar.

Si Franklin nos mostró la inevitabilidad del pago de impuestos, el político francés Jean-Baptiste Colbert nos legó la esencia del asunto: "el arte de los impuestos consiste en desplumar el ganso de forma que se obtenga la mayor cantidad de plumas con la menor cantidad de protestas".


El Guardián, septiembre 22, 2007.

Poder contra poder

Se puede o no estar de acuerdo con la trayectoria política de Manlio Fabio Beltrones, pero la declaración que ha dado el miércoles 12 de septiembre por la aprobación en el Senado de la reforma electoral ha sido contundente: "quienes quieren hacer valer simplemente su fuerza o poder acumulado, que no se equivoquen, porque podrán doblar a más de un político, pero nunca quebrar al Estado".

Se ha referido a los medios de comunicación, en especial a los electrónicos, los cuales emprendieron una inusual ofensiva para echar abajo –o al menos retrasar—la discusión de los cambios a las reglas del juego comicial en el país.

En efecto, a partir de ese día la Cámara Alta ha establecido que se reduce en 50 por ciento el costo de la campaña presidencial, que ni los partidos políticos ni terceras personas podrán contratar propaganda en radio y televisión, que se dispondrá de los tiempos de Estado (tiempos oficiales) para la difusión de propaganda partidista, que el IFE administrará y distribuirá estos tiempos entre los partidos y que se prohíbe la "campaña negra" o la denigración de los adversarios en la fase previa a los comicios, entre otros aspectos.

Todo esto se resume en un ahorro de aproximadamente 3 mil millones de pesos al erario público, de los cuales los medios solían llevarse una buena tajada cada vez que los ciudadanos éramos convocados a las urnas.

Si se reflexiona con buena fe se dará un voto de confianza a las razones esgrimidas por los propietarios y los voceros de las principales cadenas de comunicación para oponerse a lo anterior. Es decir, estaríamos de acuerdo en poner por delante el derecho a la libertad de expresión, la libre competencia y la rendición de cuentas. ¿Quién podría negarse a tales cosas? Sin embargo, como bien sabemos, la política se rige por otro sistema de valores.

Entonces, la suspicacia nos dice que el origen de esta movilización, expresada en transmisiones en cadena nacional, participación directa en las reuniones legislativas y en el montaje de mesas de discusión y análisis, se debe a que una importante fuente de recursos financieros se está cerrando para los consorcios mediáticos.

Los que creemos en el Estado y en las instituciones celebramos la reforma y la posición adoptada por los legisladores federales. Sin embargo, lo ocurrido la semana que concluye también habrá que abordarlo con mesura. El debate no debe plantearse como algo maniqueo, es decir como una confrontación entre los buenos (los senadores) y los malos (los medios). No. Lo que hemos observado ha sido una lucha de poder aderezada con el explosivo ingrediente del dinero.

¿Qué es el poder? De acuerdo con Max Weber, este término debe entenderse como la probabilidad de que un actor político, dentro de una relación social, esté en posición de ejercer su voluntad a pesar de la resistencia que se le puede presentar.

Lo anterior se ha visto reflejado en la cada vez más influyente posición que los medios han tenido en la política. Basados en la necesidad de aparecer en sus espacios, algunos de ellos han dejado de ser la arena de debate de los asuntos públicos para erigirse en los verdaderos electores. Esto, de manera obvia, ha calado en el ánimo de los políticos (y también de la ciudadanía), quienes muchas veces han tenido que doblegarse ante los primeros para lograr sus objetivos. Una relación que ha dado muestras de su riesgoso potencial hace apenas un año.

Por esta razón, lo que se debe destacar es la posición que han adoptado los senadores en este tema específico. Quizás de manera circunstancial, sí, pero a final de cuentas con destellos de estadistas. Me refiero a que, más allá de que los medios son "el cuarto poder", no debe olvidarse que el Estado reclama para sí uno de los tres primeros, el poder político.

No deja de ser curioso que, frente a los sistemáticos exhortos que los medios han hecho a los legisladores para trabajar por el país y olvidarse de posiciones partidistas, ellos mismos hayan sido el detonador para que las tres principales fuerzas políticas actuaran de manera conjunta y coordinada, al menos por una vez en un tema concreto.

Sin embargo, faltan muchas cosas por cambiar. Una de ella es, precisamente, la manera en la que trabaja el lugar donde se ejerce la soberanía. Ahora el Congreso ha dado muestras de cohesión y acuerdos. Pero, ¿cuántas veces no hemos observado lo opuesto? De hecho, la remoción de los consejeros del IFE tiene un tufillo a ajuste de cuentas. Como bien ha señalado Luis Aguilar, existe el riesgo de pasar del presidencialismo al congresismo, del poder unipersonal al poder multitudinario sin contrapesos efectivos. En el mediano plazo también hace falta una reforma a los propios reformadores.

Por el momento ha sido provechoso que las reglas electorales se reformulen. Es difícil creer que el país pueda soportar otros comicios como los del año pasado.


El Guardián, septiembre 15, 2007.

Tiempo de elecciones

En uno de los puntos más álgidos del audioescándalo en el que se ha visto involucrado el titular del Poder Ejecutivo de Puebla desde febrero de 2006, diversos analistas políticos señalaron que el impacto de este hecho se podría notar en toda su extensión en los comicios intermedios en la entidad. Bueno, el tiempo ha llegado y en dos meses sabremos si las predicciones han sido acertadas o no.

En efecto, Puebla se prepara para renovar su Congreso y sus ayuntamientos. El próximo 11 de noviembre estarán en juego un total de 217 alcaldías para igual número de municipios, y se elegirán 26 diputados por el principio de mayoría relativa y 15 por el de representación proporcional. Estos últimos tomarán posesión del cargo el 15 de febrero del año entrante, mientras que los alcaldes un mes antes.

El fenómeno de acudir a las urnas aviva el debate político. Es durante estos periodos cuando la población vuelve la mirada hacia los asuntos públicos más importantes y cuando se buscan soluciones a los mismos. Las carencias sociales, la lucha por el poder y el bombardeo sistemático a través de la publicidad, entre otros temas, se convierten en los temas de conversación de la vida cotidiana.

Los datos duros disponibles a 60 días de los comicios en Puebla no nos permiten realizar inferencias definitivas, pero sí algunas aproximaciones interesantes.

El diario local La Jornada de Oriente ha publicado un estudio de opinión en el que se muestra que, al 1 de septiembre, la intención del voto por partido y candidatos registrados para la alcaldía de Puebla registra un empate técnico entre las dos principales fuerzas políticas, es decir entre el PAN (Antonio Sánchez) y el PRI (Blanca Alcalá), con 17 y 18 por ciento, respectivamente. Por su parte, el porcentaje de ciudadanos que afirmó preferir a un partido diferente a estos fue de 15, mientras que 46 por ciento dijeron estar "sin partido ni candidato" (Sergio Cortés, "Parejos", en La Jornada de Oriente, septiembre 6, 2007).

Dentro del mismo estudio, a la pregunta, cuando usted vota, ¿en qué se fija primero, en el candidato o en el partido?, los encuestados respondieron que en el candidato (60 por ciento), en el partido (17), en ambos (ocho), en el programa (siete) y que no vota y no opina (ocho).

A pesar de que este sondeo fue realizado entre habitantes de la capital del estado, puede ser útil para averiguar las tendencias de opinión en la entidad. Al respecto, debe destacarse que la preferencia por la persona que se postula es más fuerte que la fidelidad hacia un partido político. Un aspecto interesante debido a que, hasta hace pocos años, lo prevaleciente era lo opuesto, es decir no importaba quién fuese postulado, sino mostrar el respaldo a la organización política.

Esto ha dado lugar, entre otros aspectos, a la incorporación en política de personajes populares o que cuentan con recursos financieros, pero con baja o nula experiencia y formación dentro de la administración pública y el proceso legislativo.

En el caso de Huauchinango los tambores que llaman a la contienda electoral también han comenzado a sonar. Cualquier persona que camine por sus calles podrá percatarse de cómo se van llenando los espacios públicos de propaganda a favor de los diversos candidatos a la alcaldía y a la diputación local.

Esto es provechoso porque volverán a ponerse sobre la mesa los aspectos pendientes para la comunidad. Siendo optimistas, el debate para decidir el voto deberá estar marcado por las propuestas que los candidatos hagan para solucionar problemas históricos del municipio, a saber el desempleo, la inseguridad, la necesidad de nueva infraestructura, la regulación urbana, la atención a las comunidades, entre otros.

Repito, siendo optimistas, ya que lo que hemos visto en los últimos comicios, tanto federales como estatales, ha sido una fuerte tendencia hacia las campañas sucias y negativas. Y no sólo pienso en lo que ha sucedido durante las presidenciales de julio de 2006, sino a casos recientes como los comicios de Yucatán, Oaxaca y, sobre todo, a la elección de gobernador en Baja California.

Las maquinarias han echado a andar y el ambiente se tornará sumamente politizado durante las próximas semanas. Así, volveremos a dejar en libertad al instinto humano de lucha política que habita en nuestro interior. Ese que ha sido uno de los motores de la historia de la humanidad y que nos lleva a la conciliación de intereses en conflicto.

Algo de lo cual nadie puede escapar debido a nuestra propia naturaleza.


El Guardián, septiembre 8, 2007.

Primer Informe de Gobierno

Dos imágenes.

Septiembre 1, 2006. El entonces presidente Vicente Fox intentando llegar a la tribuna de San Lázaro para rendir su último informe de gobierno ante el Congreso. Algo que no pudo realizar debido a que los propios legisladores le impidieron el paso al recinto. El rostro del Ejecutivo resignado, depositando el grueso volumen en las manos del representante de una comisión nombrada exclusivamente para ese efímero objetivo.

Diciembre 1, 2006. Felipe Calderón tomando protesta como presidente constitucional de este país en la tribuna de San Lázaro después de abrirse paso entre los legisladores de la oposición que desconocían –y dicen desconocer aún—su investidura. Un final de fotografía dadas las peculiares condiciones que rodearon el conocer el nombre del nuevo titular del Poder Ejecutivo. Contra varios pronósticos, la televisión nos daba esa escena ya histórica del ganador reconocido de los comicios levantando la mano derecha y repitiendo lo que dicta la Constitución.

Un año después aquí estamos. El tiempo ha seguido su marcha y hoy ha llegado el momento de volver a cumplir el viejo ritual que señala el artículo 69 de la Constitución, el que obliga al titular del Poder Ejecutivo a presentar el informe del estado que guarda la Administració n Pública Federal al Poder Legislativo. Nueve meses han transcurrido ya, los cuales nos permiten realizar algunas breves reflexiones.

Primero, el gobierno de Calderón se ha mantenido a flote. Esto, que a primera vista parece no decir gran cosa, debe analizarse con la mesura que nos permiten las circunstancias. Me explico. Hasta finales de noviembre del año pasado, varios analistas ponían sobre la mesa sus dudas respecto a la capacidad de la nueva administració n para coger las riendas del país debido a las ríspidas condiciones prevalecientes. Es decir, frente a un escenario de alta probabilidad de conflicto, lo que preocupaba era saber si los recién ingresados tendrían las destrezas para mantener la situación bajo control.

Al respecto, debe recordarse que una de las apuestas del movimiento encabezado por el ex candidato Andrés Manuel López Obrador no sólo era la de desconocer a Felipe Calderón, sino la de refundar la República. Esto podría interpretarse como el intento de dar un golpe de timón que cimbrara las bases mismas del Estado mexicano. Al haber mandado "al diablo" a las instituciones, la vía que se avizoraba era la de la ruptura, más que la de las reformas consensadas.

Un año después no debe olvidarse lo anterior por dos razones: porque nos sirve para contextualizar la situación actual y porque nos recuerda que un importante sector de la población no está de acuerdo con el manejo que se ha dado a la política y el poder en México.

Segundo, existe cierto consenso en afirmar que la eficiencia del gobierno se ha incrementado. Esto, que a primera vista puede resultar controvertido, se basa en algunos aspectos simples o relativos. El más importante, quizás, es el hecho de que casi cualquier otra administración que ingresara después de la encabezada por Vicente Fox lo haría mejor. Es decir, frente a la probada incapacidad de conducción política del guanajuatense, un gobierno con un poco más de experiencia, decisión y coordinación debería mejorar su imagen ante la opinión pública.

La carta de navegación había quedado trazada de forma circunstancial: la administració n entrante debía atender con urgencia los focos rojos del país, a saber el clima de inseguridad, la descoordinació n entre los miembros del gabinete, la recuperación de cierto respeto a la investidura presidencial, el final de los arranques locuaces y la vuelta a la mesura.

Sin duda, una evaluación más completa al trabajo del actual gobierno está pendiente. Aún falta conocer el resultado de sus acciones para obtener acuerdos con el parlamento, para materializar su principal oferta de campaña (la generación de empleo), para recuperar el liderazgo en América Latina, para atender conflictos locales, entre otros.

Lo que debe destacarse es que, a día de hoy, las condiciones del país son cualitativamente mejores a las de hace un año. No porque hayan progresado significativamente, sino porque se mantienen estables. No porque se simpatice con el presidente y su partido, sino porque nuestras instituciones han soportado –a trancas y barrancas—la dura prueba a la que han sido sometidas y, sobre todo, porque sus carencias han salido a flote, lo cual permitirá –al menos en teoría—corregirlas a la brevedad.

Post Scriptum

El presidente constitucional debe presentar hoy el informe que guarda la administración pública ante los representantes populares reunidos en el Congreso de la Unión.

¿Ante quién rendirá cuentas de sus actividades el otro "presidente" , es decir el autonombrado "legítimo"?


El Guardián, septiembre 1, 2007.

Democrática Revolución

Nunca como antes el partido más antiguo de México ha estado, al mismo tiempo, tan lejos y tan cerca del poder. Me refiero al Partido de la Revolución Democrática (PRD). Y le llamo el más antiguo porque, a pesar de que formalmente fue fundado en 1989, es el heredero directo del histórico Partido Comunista Mexicano, el cual se remonta a 1919, es decir cuya trayectoria supera a los partidos Revolucionario Institucional y Acción Nacional.

Y menciono lo de tan lejos y tan cerca del poder por las siguientes razones: de acuerdo con los resultados oficiales de los comicios federales de julio de 2006, el PRD es la segunda fuerza política de este país, sin embargo, a partir de esa fecha, su grado de identificació n con la gente se ha colapsado de manera sostenida.

En efecto, hace un año el PRD obtuvo 126 diputados federales y 29 senadores al Congreso de la Unión, una cifra nada despreciable si la comparamos con sus tendencias de votación en las legislaturas anteriores. En 1991 logró 41 diputados, en 1994 71, en 1995 125, en 2000 53 y en 2003 97. En lo que respecta a senadores, en 1994 contó con ocho y en 2000 con 17.

Una conclusión al vuelo de estas cifras nos indica que, a excepción de esa votación atípica de 1997, el PRD no había contado con este respaldo popular desde su instauración como tal.

En contraste, y como he afirmado líneas arriba, luego de este subidón en las preferencias ciudadanas, el PRD ha experimentado un proceso de alejamiento con los electores que bien puede adjetivarse como preocupante. Al respecto, la encuesta que realizó el Grupo Reforma en junio de este año, la cual mostró que sólo dos de cada 10 mexicanos opinan que este partido representa una opción política favorable para el país, al tiempo que menos de la mitad de sus propios seguidores (44 por ciento) coincide con ello (Reforma, junio 29, 2007).

Lo anterior también ha sido evidente en las pláticas y análisis informales que la gente realiza en la cotidianidad. Una cantidad considerable de los votantes del ex candidato de la Alianza por el Bien de Todos, Andrés Manuel López Obrador, se ha alejado no sólo de este personaje, sino de los institutos políticos que lo postularon (PRD, PT y Convergencia) por el hecho de no estar de acuerdo con la posición que adoptó luego de las pasadas presidenciales. Más allá de la intensa campaña de desprestigio a la que fue sometido por sus contendientes, declaraciones del tipo "al diablo con las instituciones" lastimaron la confianza que la ciudadanía había depositado en él.

Ahora que el PRD está celebrando el pleno de su X Congreso Nacional Extraordinario en la Ciudad de México es tiempo de reflexión sobre este partido, sobre su papel trascendental y crucial en la vida política del país y, en especial, sobre su futuro. La sociedad mexicana no puede no contar con una opción de izquierdas debido a sus peculiares condiciones socioeconómicas. Esta carencia se refleja en el comportamiento errático de la política nacional al no tener –realmente—un partido de izquierdas acorde a los tiempos que corren.

Al respecto, el Dr. Guillermo Sheridan se dio a la tarea de recabar en tres diarios nacionales –incluida La Jornada—las opiniones que, sobre el PRD, han hecho sus propios militantes. Ha sido tan aleccionador este ejercicio que a continuación reproduzco un fragmento del mismo:

El PRD es un partido clientelista, caudillesco, corrupto, oportunista, utilitario, mentiroso, fraccionado, oneroso, decepcionante, usufructuario, dividido, ineficaz, inconsistente, desprovisto de inteligencia, confrontacional, indisciplinado, irresponsable, mapachoso, caótico, manipulador de conciencias, de sindicatos, de gastos, sectarista, esterilizante, paralizado, cojo, mermado, rudimentario, ineficiente, pragmatista, voluntarista, inmoral, extraviado, esquizoide, tránsfuga, incompetente, saboteador, autosaboteador, ambicioso, desdeñoso, despilfarrador, creador de estructuras paralelas, desacreditado, propenso a la autodestrucció n, ensimismado, autista, vicioso, perverso, convenenciero, que "anda de ofrecido", con "evidentes señales de descomposició n", convencido de que "acuerdo mata estatuto", "poco institucional" , francotirador, gran "agencia de colocaciones" y está "lleno de traidores" (Guillermo Sheridan, "Un PRD para todos", en El Minutario).

Vaya. Si esa es la opinión que los perredistas tienen sobre su organización, ya me imagino lo que la demás gente piensa de ellos. Sin embargo, como bien apunta Sheridan en su texto, cuando los simpatizantes de las izquierdas hacen públicos este tipo de comentarios, estos no dejan de ser tachados de "derechistas, fascistas, pedantes, reaccionarios, pirruris de El Yunque", entre otros curiosos adjetivos.

El PRD tiene una herencia histórica que lo obliga a no quedarse en el sitio que actualmente ocupa, ese que mezcla lo nuevo y lo añejo en un metro cuadrado, ese que genera 20 opiniones contrarias donde sólo hay 10 personas, ese que la gente sigue respaldando, pero cuyos propios integrantes jalan hacia abajo.

En suma, muchos deseamos que el PRD deje de ser un partido de corrientes y se transforme en una unidad de vanguardia para la sociedad.


El Guardián, agosto 18, 2007.

Moleskine HCH (III)

Leo algunas notas periodísticas que generó el XII Festival de la Huasteca, el cual se realizó del 26 al 29 de junio en Huauchinango.

Desde la Ciudad de México Patricia Peñaloza escribe: "los versadores invadieron como pocas veces las calles empedradas. La rima y el falsete saltaron en cada esquina, en cada bolita de gente reunida aquí y allá, ya fueran integradas por avezados o espontáneos. La permisividad, dentro del festival, por parte de las autoridades locales, para ingerir alcohol en la vía pública, ayudó a expandir los sentidos durante tres noches, en que infantes y gente mayor saturaron entusiastas las tarimas de baile" (La Jornada, julio 30, 2007).

Lesly Mellado, en Puebla, señala que: "desde la histórica vendedora de elotes que diagnosticó que los huachis se habían puesto 'relocos', hasta Amparo Sevilla, alma del Festival de la Huasteca, que se declaró conmovida por el número de personas que congregaron los músicos, curanderos, artesanos e investigadores; todos hablaban sobre el estilo 'serranito' de bailar" (La Jornada de Oriente, julio 30, 2007).

Heriberto Hernández, un poco más emocionado, destaca: "algunos veracruzanos aseguraron, 'acá en Huauchinango valió madre el festival que se hizo en Pánuco; los tamaulipecos se sorprendieron, '¡nunca nos imaginamos que en Huauchinango se bailara tanto el huapango!'; los futuros organizadores del XIII Festival de la Huasteca, en el municipio de Xilitla, San Luis Potosí, asimilaron el festival de Huauchinango como un reto a superar en la edición que les toca encabezar: 'en verdad que estamos con la boca abierta, así nos tiene la gente de Huauchinango y a ver qué hacemos nosotros en Xilitla para no quedar mal'" (La Quinta Columna, julio 30, 2007).

Como puede apreciarse, el Festival tuvo éxito. Y no me refiero sólo a estos testimonios, sino a lo que se vivió en la Plaza del Ayuntamiento las noches en que se desarrolló el asunto. Yo estuve presente el sábado 28 y, en efecto, lo primero que llamó mi atención fue la gran cantidad de asistentes al recital. Uno de los comentarios que más escuché fue que aquello parecía la Feria del pueblo, pero no en su versión contemporánea, sino aquellas viejas ediciones que se montaban en las estrechas calles del Centro.

Otro punto a destacar de este acontecimiento es el potencial turístico que tiene Huauchinango. De esto se ha hablado en múltiples ocasiones, sin embargo, el Festival ha significado una especie de "redescubrimiento" . ¿A qué me refiero? A que mucha gente –sobre todo foráneos—confirmó la existencia de la ciudad y la variedad de atractivos que puede ofrecerle.

Durante años he escuchado, en especial al inicio de las administraciones locales, que es urgente impulsar el turismo en la región. De acuerdo. Los actos del fin de semana pasado demuestran que existe un mercado potencial de turistas interesados en asistir y que generarían importantes derramas de dinero a los proveedores de bienes y servicios (sólo habría que preguntar a los hoteleros y restauranteros, por mencionar un sector, qué tal les ha ido durante los cuatro días del Festival). Pero también para los locales ha sido satisfactorio comprobar que existe la capacidad de albergar eventos de estas magnitudes (con un poco de ayuda federal y estatal, claro).

Sin embargo, el último punto que pongo sobre la mesa me parece el más significativo. La nutrida asistencia a las actividades y a los conciertos demuestra con cierta contundencia el interés que existe por los actos culturales entre los huauchinanguenses. Algo así como el ansia por una oferta alternativa de pasatiempos o diversiones más allá de la vuelta al parque o el ingreso nocturno al catálogo de antros disponibles.

Lo anterior se refuerza con lo sucedido en junio de 2006: la presentación del libro Huauchinango haciendo su historia (INAH-CONACULTA, 2006), la cual se llevó a cabo en el recinto de la Sección 39 del Sindicato Petrolero con una asistencia y participación considerables.

¿Por qué es de llamar la atención esto? Porque, en primera instancia, uno pensaría que a la gente –sobre todo de Huauchinango— no le interesan los actos culturales. Los hechos están demostrando que sí existe cierta receptividad a la limitada oferta, quizás motivada por este factor, y que puede sacarse amplio provecho del mismo en el corto plazo.

Ambos acontecimientos –la presentación y el Festival—nos permiten afirmar que existen condiciones para fomentar este tipo de actividades en la ciudad. Pienso, por ejemplo, en inversionistas que monten –por fin—una sala de cine o en compañías que traigan obras de teatro, conciertos y exposiciones más allá de los días en que se desarrolla la Feria de las Flores. Algo que, sin duda, la población agradecerá.

Más allá de la derrama económica y la exposición mediática que representó el Huapango Fest para la ciudad, uno de los beneficios que nos ha dejado este acontecimiento es la confirmación de un potencial mercado cultural. Un dato duro que deben tomar en consideración las autoridades y los inversionistas.


El Guardián, agosto 4, 2007.

Huauchinango CXLVI

Llegué a Huauchinango a la edad de dos meses y viví regularmente en este lugar hasta 1993, fecha en la que me mudé a la Ciudad de México para estudiar en la Universidad Nacional. Sin embargo, mis vínculos se han mantenido firmes. Aquí están mis muertos, mi casa y mis amigos. También un puñado de lugares emblemáticos y muchos recuerdos. Como suele suceder en este tipo de relaciones, a veces ya no puedo distinguir con claridad los sentimientos que me genera volver al origen.

Cada vez que miro esa panorámica de Huauchinango desde la carretera federal 130 me pregunto qué cosas podrían hacerse con el fin de mejorar el nivel de vida de sus habitantes. Me refiero a las que en verdad sería posible realizar. Todos los que hemos vivido aquí sabemos que, de entrada, el terreno sobre el cual se montó ofrece un reto urbanístico para cualquiera: no estamos en un valle, tampoco en una planicie. Al contrario, nos hallamos en medio de la Sierra, entre cerros, con pendientes a granel.

Después me convenzo de que las ideas que me llegan a la cabeza es muy probable que las hayan tenido decenas, cientos o quizás miles de huauchinanguenses a lo largo de la historia. ¿Quién podría estar en contra de mejorar las condiciones del pueblo? Unos cuantos, es posible, pero el promedio nos debe arrojar una búsqueda constante del bienestar.

El punto, en contraste, radica en que pasan los días, pasan los meses, pasan los años, pasan las administraciones públicas, pasan las personas, pasan las generaciones, pero muchas de las carencias, de los rezagos y de los pendientes siguen tan incólumes como en el pasado. Claro, ya no son exactamente los mismos, han disminuido o se han vuelto más complejos, pero en esencia son tan puntuales como la llegada de la lluvia y de la neblina.

Pienso en algunos asuntos, por ejemplo, ¿cuándo habrá una oferta de empleo atractiva y bien remunerada?, ¿cuándo contaremos con mejores servicios públicos?, ¿cuándo daremos ese salto cualitativo de pueblo grande a ciudad pequeña? De hecho, sin ser tan pretenciosos, algo simple y cotidiano, ¿cuándo volveremos a contar con una sala cinematográfica?

En este aniversario de Huauchinango –el número 146—uno no deja de volver a experimentar esa serie de emociones mezcladas que genera pensar en este lugar. Por un lado, la alegría por la conmemoración de un hecho que, de una manera u otra, cohesiona a la comunidad en un mismo ideal: el de saber que pertenece a algo en el tiempo y el espacio. Por el otro, el de la frustración y la rabia de volver la mirada hacia todo aquello que es susceptible de ir a mejor y que no cambia.

Ahora que esta celebración nos ha pillado con una buena cantidad de visitantes en las calles es conveniente mirarnos en los otros para saber quiénes somos en la actualidad. En este año 2007 me atrevo a afirmar que permanecemos acechando algo en la zona de arranque, pero que nadie aún ha hecho detonar el disparo de salida.

Huauchinango: te quiero desde lejos y desde cerca te extraño.

146

Biblioteca Pública Municipal Sandalio Mejía Castelán, Colegio Hidalgo, El Rincón Brujo, Cine Arroyo-Rex, La Lucha, Martha Díaz, Manuel Grageda, Baños Domínguez, C. Ismael Betancourt, Cambio de la Sierra, Soledad Rebollo, Barrio de San Juan, René Espino, Noches Blancas, Cafetería Excélsior, La Gran Vía, Fernando Cornejo, María del Pilar Jiménez, Discoteca Castillo, Tlaltecatzin, Auditorio Municipal, Radio Expresión, Bernardo Racilla, Club Rotario, Parroquia de La Asunción, Arturo Allende, Tomás Martínez Barragán, Las Cuatro Esquinas, José Galindo, El Potro, Mercado Municipal, El Foro del Zaguán, Araceli Romero, Fuera de Realidad, Boulevard 18 de Marzo, Panteón Colinas de la Paz, Revista Sereno, Lourdes Montaño, Bulmaro Maldonado, Electra Huauchinango, Café Cre-Leg, Gaceta de la Sierra Norte, Fama, Jardín de Niños Gregorio A. Salas, Alberto Amador, El Ferruco, Socorro Limón, Camino a Zacamila, Yolanda Zegbe, Barrio de Santiago, Explanada 5 de Mayo, Rafael Cravioto, Parroquia de La Asunción, Palacio del Ayuntamiento, El Guardián, Chalino, Cafetería Holanda, Lesly Mellado, Nuestro Señor del Santo Entierro, Gabriel García, Autotransportes Unión Serrana, María de la Luz Pino, Calle de las Carreras, Mariano Grageda, Club de Leones, Lorenzo Rivero, ICEH, Jorge Armando Hernández, Rosy Palacios, Casa Balcázar, José Ventura Velázquez, El Paraíso, Mario Alberto Mejía, Barrio de San Francisco, Sandra Luz Hernández, Cultural entre Comillas, Julio S. Hernández, Lenin Gómez, Segundo Nivel, Casa de la Cultura, César Rojano, Taquería Valdez, María Eugenia Garma, Guillermo Jiménez, La Cumbre, Efrén Ramírez, Moisés Cabrera, Autotransportes Lázaro Cárdenas, Víctor Florencio Ramírez, La Escondida, Manolo's 4, Gloria Téllez, Liliana Lucero Mercado, UMF 19-IMSS, Leticia Ánimas, Los Huehues, María de la Luz Anduaga, GERS, Bernabé Ramírez, Grupo Ary's, Brenda Velázquez, Librería Diamante, Fermín Aranda, Francisco Gómez, Barrio de Santa Catarina, Minerva Castillo, Eduardo Fuentes, La Movida, Guillermo Garrido, Sección 39, Universidad de la Sierra, Guillermo Ledezma y Manjarrez, Heriberto Hernández, Hotel Rex, Mario Castelán, Santa Cruz, neblina, Jorge Cravioto, azaleas, Bar Colorines, Gregorio Marroquín, Ruth Fernández, enchiladas, 73160, Subestación El Paraíso – LFC, Fidel Islas, La Mesita, Gabriela Suárez, El Gato Negro, chipi-chipi, Capilla de San Juan, Raúl Domínguez, La Cúpula, CBTis 86, Cruz Roja, La Serranita, CIFA, mejorales, Plantation, Cerro de Zempoala, Feria de las Flores, XENG, Cine Catalina, José Antonio Olvera, Carretera Federal 130, Huauchinango Haciendo su Historia.


El Guardián, julio 28, 2007.

La ley y el orden

Ayer viernes 20 de julio ha entrado en vigor el multicitado nuevo Reglamento de Tránsito para la Ciudad de México y algunos municipios conurbados a esta demarcación. El asunto, pese a ser exclusivo de la Zona Metropolitana, tiene algunos puntos interesantes para la generalidad. Uno de ellos es volver a poner en la mesa el debate de la legalidad y su operación.

Propongo un ejercicio. Pensemos por un momento como gobernantes, es decir como si usted lector ocupara un puesto de responsabilidad pública. Pongamos, por ejemplo, que trabaja en una oficina vinculada con el tránsito de la ciudad en la que habita.

El sentido común le indicará que debe iniciar sus actividades realizando un diagnóstico de sus nuevas responsabilidades. De esta forma sabrá cuáles asuntos van bien y cuáles deben corregirse de forma inmediata o en el mediano y largo plazo.

Usted cumple con esta tarea, pero su compromiso cívico lo lleva a no limitarse a esa labor de escritorio. Se arremanga la camisa y sale a la calle a comprobar lo que los papeles le han mostrado. Usted se percata de manera directa que algunos automovilistas conducen sin el carné respectivo, que no utilizan el cinturón de seguridad, que llevan a sus hijos recién nacidos en el asiento delantero, que se estacionan en doble y triple fila, que circulan fuera de los límites de velocidad, en fin, todo un catálogo de irregularidades que pueden resumirse en la siguiente expresión: no se está respetando la normatividad vigente.

¿Cuál es el siguiente paso? Motivado por sus colaboradores, por los medios de comunicación y por su entorno, usted sabe que lo que viene es plantear soluciones concretas. Es decir, ¿qué va a hacer para mejorar la situación?

Usted recurre a la vieja práctica de reflexionar en solitario, o bien, convoca a varias juntas de deliberación para acceder a la mejor decisión. Sin importar su preferencia, la experiencia ha demostrado que ambos métodos de trabajo suelen generar una gran conclusión: hay que hacer cumplir la ley. Para comprobar lo anterior se puede recurrir a las hemerotecas con el fin de revisar las declaraciones de los funcionarios en el sentido de que, para corregir el rumbo, se debe respetar el Estado de Derecho.

Bien. Hasta aquí el trabajo va fluyendo. Ahora viene otra etapa que consiste en saber si va a aplicar el marco jurídico vigente o si va a crear uno nuevo. Por lo regular, y recurriendo de nuevo a la memoria histórica, la segunda vía suele ser la preferida. Las razones son varias: los funcionarios sienten que están haciendo algo propio, que dan por concluida –de manera simbólica—con una etapa y una carga del pasado y, dependiendo del periodo en que asumieron el cargo, que muestran con claridad su autoridad.

Entonces, supongamos que usted decide modificar todo el marco que regula el tránsito de su ciudad para, de esta forma, corregir todo lo que ha observado que estaba mal desde el inicio de su encargo. Para ello, convoca a expertos, pide la opinión de la ciudadanía, hace el anuncio en los medios de que ya está manos a la obra.

Por fin, y luego de algunos meses de trabajo, tiene su producto terminado: un nuevo Reglamento. La promesa consiste en que, ahora sí, esta guía permitirá una mejor convivencia y garantizará el orden. Dependiendo de su personalidad hará una presentación fastuosa o discreta. El punto es que, piensa, ha llegado al final de su encomienda y ahora sólo se trata de que el ordenamiento camine.

Durante las primeras semanas la ciudadanía está involucrada en el tema. Ante la amenaza de sanciones severas, la mayoría lee el texto, lo graba en su memoria y lo aplica durante sus travesías. Usted, como funcionario, ha sorteado esta primera etapa de evaluación con relativo éxito.

Sin embargo, los problemas comienzan a aparecer. De repente, un automovilista no respeta la entrada de un domicilio particular y no pasa nada. Otro obstruye un paso cebra y tampoco hay sanción. En las escuelas las señoras se estacionan donde pueden –y donde quieren—bajo el argumento de la prisa, encaran a otros padres de familia que también tienen mucha urgencia y, al final, todo se resuelve con un intercambio limpio de insultos.

¿Qué sucede? La flamante legislación comienza a flaquear no por su insensatez o por debilidades en su redacción. No. Simplemente no existen los mecanismos para llevarla a la práctica real. Es decir, la administración pública no cuenta con los recursos suficientes para cerciorarse de que ésta se aplica. Y, peor aún, aunque tal escenario se cumpla, por ejemplo, que haya agentes de tránsito en las esquinas, la confianza del ciudadano se viene abajo cuando nota que, otra vez, todo puede arreglarse a través de las vías informales (aunque dicha situación esté penada en el nuevo ordenamiento).

Usted, funcionario público, en la soledad de su oficina le dará vueltas al asunto. La cosa se dirige al mismo escenario que conoció en su diagnóstico y que prometió modificar con su actuación. Sus intenciones y esfuerzos han sido loables. Nadie lo puede dudar. Pero el punto es que la inercia de las cosas parece ser inevitable, al menos en su ciudad y en su país.

Dos escenas vienen a su mente. Una es la de sus profesores universitarios que le repitieron hasta la saciedad que lo importante en el ejercicio del poder público (y en la vida misma) no sólo son los qués, sino los cómos. Otra es la del Jefe Gorgory de Los Simpsons afirmando que la ley no está para protegerte, sino para castigarte.


El Guardián, julio 21, 2007.

Dos sistemas de valores

Hace unos días leí la crónica de un joven de esta ciudad, militante del Partido Acción Nacional, en la que daba cuenta de la jornada electoral en la que su organización había decidido quién sería el candidato a la alcaldía. En ella se hacía referencia a la cerrada competición entre los finalistas, al tiempo que daba pistas sobre lo que sería la batalla final. Por lo que escribe se intuye que el candidato al cual apoyaba no obtuvo la nominación. Lo interesante de su texto, sin embargo, es que dejaba entrever que esto se había debido a la utilización de métodos dudosamente democráticos por parte de su contrincante.

La sabiduría popular suele afirmar que cada quien habla de acuerdo a como le va en la feria. Si preguntásemos a los que les ha tocado estar en el bando perdedor, sin duda tendríamos todo un catálogo de explicaciones, argumentaciones y alegatos para justificar dicha situación. En contraste, los vencedores también suelen esgrimir una serie de razones por las cuales han ocupado dicha posición, cuando el embeleso del triunfo se los permite.

Lo anterior aplica a cualquier campo de la actividad humana. Sin embargo, por ahora nos concentraremos sólo en una de ellas.

La política, se ha dicho hasta la saciedad, es algo inherente a las personas. Todos somos animales políticos, de acuerdo con Aristóteles. En efecto, todos practicamos –en mayor o menor grado—esta actividad. No es necesario haber leído a Max Weber para saber que una esposa sagaz puede ejercerla en su casa para obtener algo de su marido, o que el estudiante también la experimenta en su clase o dentro de su grupo de amigos. En suma, todos hemos sido políticos ocasionales en alguna ocasión.

Sin embargo, la política profesional se ha reservado para unos cuantos. Quizás no los más aptos, pero sí aquellos que han sentido el llamado, o bien, los que han contado con los recursos suficientes para su ejercicio (tanto financieros como temporales). Es esta versión la que nos interesa a los politólogos y la que ha generado un elevado desprecio entre la población.

En efecto, a día de hoy, una de las profesiones más denostadas es la de la política. Para comprobar esta afirmación sólo hay que remitirse a las encuestas de opinión. Ahí se verá que, por lo regular, la gente suele mostrar dos tipos de comportamientos respecto a la misma: a) desprecio hacia sus practicantes, b) reconocimiento de su importancia. Necesitamos políticos, sí, pero no nos gusta cómo actúan los que tenemos, parecería ser la conclusión.

Al respecto, siempre es conveniente recurrir a los clásicos, por ejemplo, a Nicolás Maquiavelo. Este autor italiano –muy citado, poco leído—es famoso por haber escrito una serie de recomendaciones a los gobernantes para obtener, retener y expandir el poder. Sin embargo, el valor de su obra no sólo radica en este hecho. El príncipe también mostró la existencia de dos sistemas de valores, contrapuestos y en conflicto, que aplican para la gente común y para los políticos profesionales.

Maquiavelo comprobó hace 500 años la existencia en paralelo de la moral del mundo cristiano y de la moral del mundo pagano. La primera sirve para encontrar la virtud en la vida privada y la segunda para encontrar la virtud en la vida pública.

¿Qué quiere decir esto? Que quien quiera dedicarse a la política deberá acogerse a los lineamientos del segundo sistema de valores, el cual está compuesto por características como el coraje, el vigor, la fortaleza ante la adversidad, el orden, la disciplina, la fuerza. En contraste, para quien aspira a la caridad, la misericordia, el sacrificio, el perdón a los enemigos, el desprecio a los bienes terrenales, entre otros, no se le recomienda seguir ese camino.

Estos postulados suelen generar molestia por su violencia o su crudeza pero, sobre todo, por una razón filosófica: ambos sistemas de valores, incompatibles entre sí, plantean un signo de interrogación en la vida de los hombres. ¿Qué opción debo escoger? En palabras del teórico Isaiah Berlin, lo que Maquiavelo sacudió con este descubrimiento en la historia de la humanidad fueron las bases mismas de la moral occidental: uno puede salvar su alma o servir a un Estado, pero no hacer ambas cosas a la vez.

Para finalizar una reflexión. Este diagnóstico realista no debe utilizarse para justificar cualquier tipo de comportamiento de los políticos. El sistema de valores por el cual se rige su actividad también tiene un contrapeso en la legalidad. De lo contrario, estaríamos de vuelta en el estado de la naturaleza de todos contra todos, a merced de los más fuertes o los más hábiles.

Para corregir los abusos en el ejercicio de la política existen la legalidad y las instituciones, las mismas que también están presentes en la obra de Maquiavelo cuando afirmó que el hombre no es malo por naturaleza, pero que siente una irresistible tendencia hacia el mal cuando no existe algo que se lo impida.


El Guardián, julio 14, 2007.

A un año del 02-J

El pasado lunes se ha cumplido el primer aniversario de las elecciones presidenciales del 2 de julio, una de las más controvertidas de nuestra historia contemporánea. ¿Qué ha sucedido desde aquella fecha? ¿Qué hemos aprendido de esa experiencia inconclusa?

Como se recordará, el problema no estuvo centrado en el desarrollo de los comicios, sino en lo que vino después, es decir en el proceso de cómputo y escrutinio, en el anuncio de los resultados y en la inconformidad que estos generaron en algunos competidores. El conflicto alcanzó tal magnitud que se prolongó hasta sus últimas instancias, es decir hasta el veredicto final emitido por el Tribunal Electoral Federal en septiembre del mismo año, dos meses después de haberse llevado a cabo la elección.

La primera vez que voté fue en 1997, durante las legislativas que arrebataron la mayoría absoluta al PRI en el Congreso. Sin embargo, no ha sido sino hasta el año pasado en que he sido testigo de la organización de una jornada electoral. La razón fue simple: el sorteo aleatorio del IFE me nombró presidente de una casilla contigua en la ciudad de Huauchinango. De esta forma, y desde mi pequeña trinchera, he podido observar –y hasta ser un poco responsable—de lo que ha ocurrido en aquella ocasión. Veamos.

En primer lugar, hubo un notable interés de la gente en participar a través de su sufragio. Desde muy temprano había personas formadas listas para votar. Por supuesto, los representantes de los partidos también estaban preparados desde las ocho horas para estar a la caza de cualquier irregularidad en las que, como ya es costumbre en los medios de comunicación, se habían denominado las elecciones "más cerradas en la historia de México".

En segundo, las izquierdas tenían una elevada –y casi ciega—fe en el triunfo de su candidato. Tercero, los partidos más organizados en la vigilancia de las casillas fueron el PRI y el PAN. Cuarto, el padrón electoral tenía fallas, pero que fueron significativas ni determinantes en el resultado (ciudadanos con credencial, pero sin aparecer en el listado nominal, por ejemplo). Quinto, que al final nadie se esperaba lo que se fue tejiendo a partir de las 23 horas de ese mismo día.

En mi casilla la Alianza por el Bien de Todos ganó y por mucho. Le siguió el PAN y, más rezagado, el PRI veía cómo sus esperanzas de recuperar el poder se diluían en un impensable tercer puesto.

Con el fin de evitar cualquier sospecha de malos manejos propuse realizar un recuento "voto por voto" (antes de que esa frase se volviera un lugar común). De esta forma, concluimos alrededor de las 22 horas, pero sin que se presentasen quejas significativas por parte de los mismos (sólo el PRD interpuso un recurso por la vestimenta de los representantes del PRI).

Al término de la jornada, cansados y con hambre, fuimos a entregar el paquete electoral a la oficina del IFE ubicado en la colonia El Paraíso. En el lugar ya se podía notar la efervescencia y la ansiedad por conocer las primeras tendencias de votación. Nos despedimos, nos deseamos suerte y acudimos a nuestros hogares a esperar el mensaje nocturno del Dr. Luis Carlos Ugalde por la televisión. Y ahí comenzó la debacle…

A un año de distancia contamos con un presidente constitucional. También hay otro que se autodenomina "legítimo". La circulación sobre Paseo de la Reforma se ha normalizado y el país –al parecer—sigue sosteniéndose como lo ha hecho en los últimos siglos: a contracorriente y siempre con la amenaza del colapso a la vuelta de la esquina.

Cuando la gente se pregunta qué hubiese sucedido si López Obrador hubiese subido al poder se forma la polémica. Algunos dicen que hubiese sido un buen presidente, que hubiese gobernado apegándose a los postulados de las izquierdas y que hubiese emprendido el cambio radical del país. Otros refutan lo anterior señalando que estaríamos más cerca de lo que sucede en Cuba o en Venezuela y que, en general, estaríamos instalados en el caos y en los ajustes de cuentas a diestra y siniestra. Al final del día, esto es algo que sólo podemos suponer.

Sin embargo, lo que sí hay a un año de distancia es esa sensación de que nosotros, los ciudadanos, aún no sabemos bien a bien y con la mayor certeza qué ha sucedido no el 2 de julio de 2006, sino los días que siguieron a esa jornada electoral. La misma que, para bien o para mal, ha marcado ya el rumbo que tendrá este país en el corto plazo.


El Guardián, julio 7, 2007.

Diagnóstico municipal

Hace unos días Enrique Cabrero Mendoza, presidente del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), dio a conocer una serie de indicadores en los que se refleja la realidad municipal del país. Los datos presentados no son alentadores. El primer ámbito de gobierno sigue siendo, por desgracia, el más débil y el más rezagado tanto en su estructura como en su operación.

Durante la Cumbre Urbania 2007, el Dr. Cabrero señaló que, en términos generales, los gobiernos locales mexicanos "enfrentan problemas para profesionalizar a sus funcionarios, modernizar sus programas y transparentarlos" . Para sostener esta aseveración mostró algunos datos duros. Entre los más destacados están que 38 por ciento de los municipios no cuenta con un reglamento interno de administració n, 55 por ciento carece de reglamentos de obra pública y 33 por ciento no tiene reglamentos de participación ciudadana.

Aunado a lo anterior, 76 por ciento de las alcaldías (alrededor de mil 853 municipios) no tiene reglamentos sobre planeación, 21 por ciento carece de reglamentos sobre desarrollo y 70 por ciento desconoce lo que es un plan de desarrollo urbano.

En este mismo espacio he señalado que el problema no radica –en esencia—en la existencia de la normatividad, sino en su aplicación efectiva. La estéril separación de la basura y la etérea sanción a los franeleros en el Distrito Federal, por ejemplo, nos demuestran lo anterior.

Sin embargo, en el caso de los municipios lo que se nos presenta es un doble conflicto. Además de que la legalidad no tiene un peso específico en las labores cotidianas, ésta es inexistente en un número considerable de ayuntamientos. Es decir, los reglamentos no son importantes y –en ocasiones—ni siquiera existen.

Las cifras presentadas por Enrique Cabrero se agregan a una larga lista de indicadores que nos han dado fe de las precarias condiciones en las que ha navegado el municipio mexicano en los últimos años. Para ello basta recordar la Encuesta de Gestión Municipal realizada por el propio CIDE y el INEGI en 1993, así como la más reciente y completa Encuesta Nacional sobre Desarrollo Institucional Municipal 2000, la cual fue levantada por el Instituto de Desarrollo Social, dependiente de la Secretaría de Desarrollo Social, y el INEGI.

Ambos diagnósticos municipales coincidieron: los gobiernos locales tienen problemas respecto a la integración y funcionamiento de sus ayuntamientos, cuentan con un escaso financiamiento para la atención de sus responsabilidades y muestran serias limitaciones respecto a los recursos humanos disponibles, por mencionar sólo una parte de los mismos.

El habitante local no requiere conocer estos datos para llegar a las mismas conclusiones académicas. Su sola experiencia dentro de una comunidad le muestra con claridad cuáles son las fortalezas y las debilidades de los ayuntamientos. Cuando sale de su casa, cuando camina por sus calles, cuando solicita un servicio público o cuando enfrenta alguna contingencia sabe que algo no funciona bien.

Claro, no todo está perdido en los ayuntamientos. El CIDE, en colaboración con otras instituciones como El Colegio de la Frontera Norte y la Universidad de Guadalajara, realiza el Premio Gobierno y Gestión Local en la que se reconoce a los municipios que llevan a cabo proyectos innovadores para mejorar su desempeño. En este marco, cada año se renueva la esperanza de mejora en las administraciones públicas. Sin embargo, son los menos. Lo que campea con soltura en el ámbito local sigue siendo la improvisación y la ineficiencia.

¿Qué hacer para modificar este escenario? En mi opinión, antes de acudir a respuestas complejas debemos voltear la vista hacia lo básico, es decir hacia lo que cualquier persona puede hacer al menos una vez cada tres años: el voto.

En efecto, los comicios municipales deben fungir como el filtro para obtener mejores gestiones públicas. Es claro que esto no es suficiente, pero se trata de uno de esos primeros pasos indispensables dentro de una tarea de largo alcance.

Si la ciudadanía puede distinguir entre ofertas políticas sensatas y demagogia, si premia a los gobiernos que han hecho bien su trabajo y si exige a los partidos la integración de planillas con elementos capacitados, estaremos en el umbral de mejores tiempos para los alicaídos e indispensables municipios mexicanos.


El Guardián, junio 23, 2007.

Moleskine HCH (II)

He utilizado el servicio de autobuses foráneos en la ruta Ciudad de México-Huauchinango- Ciudad de México por más de 13 años. Desde los tiempos en que el pasaje costaba 24 pesos (es verdad) hasta la actualidad, cuando rebasa ya los 100 pesos el viaje sencillo. Durante todo ese intervalo he podido observar y experimentar diversas situaciones, las mismas a las que se enfrentan las personas que realizan dicho trayecto semana tras semana. El tiempo ha pasado, pero muchas de las condiciones de este servicio parece que permanecerán hasta el final de la historia.

Una de ellas es el hecho de que la ciudad no cuenta con una estación de autobuses digna y segura. Desde hace años he venido escuchando el rumor de que, ahora sí, se montará la referida central en algún terreno de los suburbios. La construcción de la autopista que unirá el tramo ya existente entre Tulancingo y la Ciudad de México, y aquel que parte de Poza Rica rumbo a Tuxpan, ha motivado que una vez más el tema se coloque en la picota.

De hecho, durante la pasada edición de la Feria de las Flores –marzo de 2007—escuché un promocional en la radio que anunciaba que ya se había construido tal obra, lo cual ha sido desmentido nada menos que por la realidad, ya que el ascenso y descenso de pasajeros se sigue realizando a un costado de la vieja carretera federal 130.

Al respecto, y como una especie de anécdota aleccionadora, uno de esos fines de semana de la LXIX Feria pude observar cómo dos coches habían sufrido un accidente en el puente San Juan. Los conductores –al parecer—perdieron el control debido al pavimento mojado y los autos terminaron sobre las escaleras de dicho paso a desnivel. Esto también puede ilustrar lo peligroso que se torna el ambiente en nuestra improvisada estación, sobre todo en época de lluvias y neblina –algo bastante común en la zona—en donde viajeros, comerciantes ambulantes, unidades de transporte de pasajeros y de carga, así como taxistas y un sinfín de curiosos convive en un reducido espacio de terreno.

Otro aspecto en el tema de los viajes entre ambas ciudades lo constituye la peculiar oferta disponible de transporte. En la actualidad existe una cantidad limitada de corridas, sobre todo si alguien desea llegar a Huauchinango desde el Distrito Federal. El último autobús de primera clase que parte desde la Central del Norte tiene horario de 20.30 horas. A partir de ese momento sólo se puede arribar a través de la segunda clase, la cual implica múltiples paradas intermedias, unidades incómodas y un riesgo más alto de ser asaltado en el trayecto.

Asimismo, el hecho de comprar un asiento numerado en la taquilla no garantiza que se pueda hacer efectivamente uso de él dentro del autobús. Dependiendo de la línea de transporte, del modelo de la unidad o del simple azar, los asientos están numerados bajo extraños criterios. Así, la ventanilla se puede ubicar en el pasillo y viceversa, o bien, al número 22 le seguirá el 34, por decir algo. A esto debe aunarse la posibilidad de que alguien más se haya aposentado con anterioridad en el lugar que has comprado y que intentar moverlo signifique entablar algún tipo de proeza bíblica (he sido testigo de varios enfrentamientos que han estado al borde de terminar en batalla campal).

No olvido también algunos puntos como la inasistencia de autobuses (sobre todo en el horario madrugador de los lunes), la impuntualidad de otros (en especial los servicios "de paso"), o bien, la experiencia de escuchar películas –escuchar porque no se pueden ver—a todo volumen, junto al reproductor de discos compactos dando a todo los éxitos gruperos del momento.

Con esto no quiero afirmar que todo el trabajo de la gente involucrada en el sector transportista de la región sea malo. No. Lo que intento es llamar la atención sobre algo que suele pasar desapercibido para muchas personas, es decir para quienes no son usuarios regulares del mismo. Los que hemos vivido la experiencia de viajar en esta ruta podemos dar un testimonio sobre lo que ahí sucede, así como los problemas a los que se enfrenta el ciudadano común.

Al respecto, siempre me ha llamado la atención la cantidad de habitantes de Huauchinango que se desplaza semanalmente a la Ciudad de México, Puebla, Pachuca u otras ciudades. Quien haya estado una madrugada de lunes en la improvisada estación sabrá a lo que me refiero: desde las 02.45 horas hasta el mediodía casi todos los autobuses parten llenos rumbo a los diferentes destinos. El reverso de la moneda lo encontramos los viernes y los sábados, cuando todos aquellos que partieron a trabajar, estudiar o pasear vuelven con los suyos. Una especie de eterno retorno y ciclo vital interminable.

Ante esto la duda es, ¿acaso no merecemos un mejor servicio todos aquellos que, semana con semana, viajamos por esa mítica ruta que abrieron los arrieros hace muchos, muchos años?


El Guardián, junio 16, 2007.

Reflexiones sobre la democracia

Definir el concepto democracia no es tarea fácil. De uso tan común, esta palabra encierra mucho más de lo que puede generar en un primer momento. Una mayoría suele utilizar el término para expresar un futuro deseable. Si somos una democracia, si somos demócratas, las cosas irán a mejor, pensamos durante muchos años. Ahora que lo somos –en algún grado—nos damos cuenta de que esto apenas es el comienzo.

En efecto, por un largo tiempo el ideal que prevalecía en la mente de muchos mexicanos era que, una vez que hubiésemos arribado a este sistema de gobierno, muchos de nuestros principales problemas y rezagos se irían eliminando casi de forma automática.

Políticos y politólogos se refirieron a esta palabra como al Grial que este país había estado buscando por siglos para aliviar sus males. Así surgieron expresiones como "transición a la democracia", "procesos de democratización" o "revolución democrática". Aunque no se sabía bien a bien qué implicaban, su utilidad fue concentrar los esfuerzos y las motivaciones en un objetivo identificable: se necesita cambiar al régimen político para volverlo democrático.

Lo anterior lo hemos logrado en una primera etapa. Existe cierto consenso entre los actores políticos y la población en general en afirmar que México es, hoy por hoy, una democracia (datos de la Tercera ENCUP realizada por la Secretaría de Gobernación arrojaron en 2005 que para 31 por ciento de los entrevistados el país sí vive en una democracia, mientras que 23 por ciento opinaron lo contrario).

Sin embargo, como en el multicitado cuento de Augusto Monterroso, después de que los mexicanos despertamos en democracia, nuestros problemas seguían allí. Los índices de pobreza no se han abatido de manera significativa, la inseguridad sigue siendo una de las principales preocupaciones y los niveles de vida de una importante porción de la gente aún no es la deseable.

Esto, sin duda, es interesante por diversas razones. Una de ellas es por el sentimiento de desgaste y desilusión que genera entre la población saber que, lo que se pensaba era la solución y por lo que se había luchado tanto, no ha dado los frutos que se esperaban en el corto y mediano plazo. Asimismo, ante esta democracia, digamos, etérea, se crean condiciones óptimas para la aparición de diversos discursos que pongan en tela de juicio su utilidad y su conveniencia. Es decir, algunos ingredientes están puestos sobre la mesa para fomentar la aparición de posiciones totalitarias o reaccionarias, las cuales pueden ir ganando simpatías en los próximos comicios.

La democracia es un sistema complejo. Quizás el más sofisticado que se haya podido elaborar durante la historia de la humanidad para gobernar. No me refiero al ideal demócrata en los antiguos, es decir en los griegos. No. Estoy pensando en la democracia de los modernos, la que implica una larga y a veces tediosa y aburrida serie de requisitos para llegar a una convivencia racional y civilizada.

Diversos analistas han señalado que lo que México está experimentando ahora una democracia electoral. Es decir, una que sólo cumple con uno de los requisitos para que este sistema funcione de manera correcta.

Ante esto la pregunta que surge es, ¿cuáles son los otros pasos necesarios para considerarnos más demócratas? Un texto clásico del politólogo norteamericano Robert Dahl (Iowa, 1915), denominado La democracia. Una guía para los ciudadanos, nos puede ayudar a resolver este cuestionamiento.

En esta obra, Dahl señala que las democracias en gran escala, es decir dentro de un Estado nacional, deben contar –al menos—con seis instituciones políticas: cargos públicos electos; elecciones libres, imparciales y frecuentes; libertad de expresión; fuentes alternativas de información; autonomía de asociaciones, y ciudadanía inclusiva.

La primera se refiere a la necesidad de contar con representantes electos confiables. Ante la dificultad que implica que todo el pueblo pueda participar en política (por su número y su dispersión dentro de un país), el aspecto crucial se centra en estos personajes, los cuales se agrupan en órganos colegiados de decisión como los congresos y los parlamentos. La segunda, aunque se puede explicar por sí misma, enfatiza la importancia del voto como representació n de la igualdad dentro de una sociedad, así como de la relevancia de contar con comicios transparentes y confiables para elegir a los representantes.

La libertad de expresión y las fuentes alternativas de información se vinculan con la creación de una "comprensión ilustrada" en la población. La democracia es un sistema en el que se exige mucho más a los ciudadanos, por lo que su participación requiere de ciertas destrezas y habilidades que pasan por una mínima capacidad de análisis.

La quinta institución también es definitiva: se refiere a la formación de ciertas asociaciones por las cuales se accede al poder (como los partidos políticos), así como de otras que tratan de influir en el mismo (como los sindicatos, las organizaciones de la sociedad civil, entre otras).

Finalmente, el concepto de ciudadanía inclusiva resume las cinco condiciones previas al garantizar a la población su derecho a votar, a concurrir a puestos de elección popular, a escuchar y ser escuchado, a participar en asociaciones políticas y a tener diversas opciones de información, entre otras.

Como podemos observar, el asunto de la democracia no es tan sencillo como aparenta ser en un primer momento. Lo importante es tener en consideración que, ante todo, se trata de un ideal que nunca será un fin acabado. Por lo anterior, que el camino por andar es largo, muy largo. Tal y como vamos descubriéndolo.


El Guardián, junio 9, 2007.

Moleskine HCH (I)

Una cosa llama mi atención mientras camino por las calles de Huauchinango: el número de motocicletas que circulan a diestra y siniestra a cualquier hora del día. Algo novedoso, sin duda. Hasta hace apenas unos años la opción frente al uso del coche y al simple y llano acto de caminar era acudir a la bicicleta. De hecho, expresiones como "pueblo bicicletero" se usaban de manera peyorativa para demostrar el atraso en determinados municipios. Sin embargo, por alguna extraña razón, repito, lo de hoy ya no es ser "bicicleteros" sino "motorizados".

El punto aquí radica, como en la mayoría de las actividades humanas, en la intervención que la administración pública tiene sobre el asunto en términos de su regulación y su ordenamiento (recordemos que ésta tiene inferencia en casi todas las fases de la existencia de la gente, por ejemplo, desde la cuna hasta la sepultura a través del trabajo de las oficinas del Registro Civil).


Durante un viaje a Madrid pude comprobar que el uso de este medio de transporte –las motocicletas— representa una alternativa real frente al automóvil y el transporte público. Las razones varían, pero pueden agruparse en a) los menores costos que representa hacerse de una, b) la facilidad que otorga para desplazarse entre el tráfico, c) la solución que implica en términos de aparcamiento y d) al hecho mismo de considerar a la moto como algo fashion (su expansión por imitación).

De hecho, de un tiempo a esta parte, en la Ciudad de México también ha sido notable el incremento de su uso. De manera paralela a la campaña lanzada por el Jefe de Gobierno, Marcelo Luis Ebrard, relativa a la obligación de los funcionarios locales de utilizar al menos una vez al mes la bicicleta para llegar a sus centros de trabajo, una porción creciente de la población está viendo a la motocicleta como un vehículo más eficiente en términos de costos y tiempos.

Eso está muy bien, en general. Sin embargo, como he señalado líneas arriba, este fenómeno no debe pasar sin que las autoridades intervengan en el mismo. ¿A qué me refiero con esto? A la necesidad de regularlo. Veamos.

De acuerdo con el Reglamento de Tránsito vigente en el Distrito Federal, los conductores de bicicletas, bicicletas adaptadas, triciclos, bicimotos, triciclos automotores, tetramotos, motonetas y motocicletas tienen las siguientes obligaciones: circular por el carril de la extrema derecha, utilizar sólo un carril de circulación, circular en todo tiempo con las luces encendidas, usar casco y gafas protectoras, entre otras.

Asimismo, tienen prohibido circular en contra flujo o en sentido contrario, transitar sobre las banquetas, transitar dos o más de estos vehículos en posición paralela, asirse o sujetarse a otros vehículos y llevar carga que dificulte su visibilidad y equilibrio (Capítulo III, Artículo 86, Reglamento de Tránsito del Distrito Federal).

Por supuesto, sabemos que en muchos casos esto es sólo letra muerta, ya sea porque nuestros muy mexicanos usos y costumbres nos han determinado una relación económica con la legalidad, o bien, porque no existe la infraestructura mínima necesaria para aplicar esta reglamentación. Sin embargo, el hecho de que no se aplique no significa que no se deba acatar.

¿Por qué he mencionado lo anterior? Porque durante esas mismas caminatas por Huauchinango lo que he visto es que la mayor parte de los ocupantes de las motocicletas son jóvenes (muy jóvenes), los cuales circulan sin protección, sin la matrícula correspondiente y trepados unos encima de otros a velocidades inapropiadas.

Algunos dirán, hombre, qué exagerado. De acuerdo. Pero recordemos que la obligación de la administració n pública es establecer un marco que prevenga los riesgos y trate de reducir al mínimo la aparición de accidentes.

Entonces, mi sugerencia es que el uso de estos vehículos automotores no se tome a la ligera y se establezcan medidas más estrictas. Es decir, que se implementen políticas de emplacamiento, de emisión de permisos y/o tarjetas de circulación, de revisión de las condiciones en las que estos jóvenes hacen uso de los mismos, así como de la responsabilidad de sus padres en el asunto.

La seguridad de los chicos es lo que está en juego. Y en eso no deben escatimarse recursos ni esfuerzos.


El Guardián, junio 2, 2007.