jueves, octubre 11, 2007

Huauchinango CXLVI

Llegué a Huauchinango a la edad de dos meses y viví regularmente en este lugar hasta 1993, fecha en la que me mudé a la Ciudad de México para estudiar en la Universidad Nacional. Sin embargo, mis vínculos se han mantenido firmes. Aquí están mis muertos, mi casa y mis amigos. También un puñado de lugares emblemáticos y muchos recuerdos. Como suele suceder en este tipo de relaciones, a veces ya no puedo distinguir con claridad los sentimientos que me genera volver al origen.

Cada vez que miro esa panorámica de Huauchinango desde la carretera federal 130 me pregunto qué cosas podrían hacerse con el fin de mejorar el nivel de vida de sus habitantes. Me refiero a las que en verdad sería posible realizar. Todos los que hemos vivido aquí sabemos que, de entrada, el terreno sobre el cual se montó ofrece un reto urbanístico para cualquiera: no estamos en un valle, tampoco en una planicie. Al contrario, nos hallamos en medio de la Sierra, entre cerros, con pendientes a granel.

Después me convenzo de que las ideas que me llegan a la cabeza es muy probable que las hayan tenido decenas, cientos o quizás miles de huauchinanguenses a lo largo de la historia. ¿Quién podría estar en contra de mejorar las condiciones del pueblo? Unos cuantos, es posible, pero el promedio nos debe arrojar una búsqueda constante del bienestar.

El punto, en contraste, radica en que pasan los días, pasan los meses, pasan los años, pasan las administraciones públicas, pasan las personas, pasan las generaciones, pero muchas de las carencias, de los rezagos y de los pendientes siguen tan incólumes como en el pasado. Claro, ya no son exactamente los mismos, han disminuido o se han vuelto más complejos, pero en esencia son tan puntuales como la llegada de la lluvia y de la neblina.

Pienso en algunos asuntos, por ejemplo, ¿cuándo habrá una oferta de empleo atractiva y bien remunerada?, ¿cuándo contaremos con mejores servicios públicos?, ¿cuándo daremos ese salto cualitativo de pueblo grande a ciudad pequeña? De hecho, sin ser tan pretenciosos, algo simple y cotidiano, ¿cuándo volveremos a contar con una sala cinematográfica?

En este aniversario de Huauchinango –el número 146—uno no deja de volver a experimentar esa serie de emociones mezcladas que genera pensar en este lugar. Por un lado, la alegría por la conmemoración de un hecho que, de una manera u otra, cohesiona a la comunidad en un mismo ideal: el de saber que pertenece a algo en el tiempo y el espacio. Por el otro, el de la frustración y la rabia de volver la mirada hacia todo aquello que es susceptible de ir a mejor y que no cambia.

Ahora que esta celebración nos ha pillado con una buena cantidad de visitantes en las calles es conveniente mirarnos en los otros para saber quiénes somos en la actualidad. En este año 2007 me atrevo a afirmar que permanecemos acechando algo en la zona de arranque, pero que nadie aún ha hecho detonar el disparo de salida.

Huauchinango: te quiero desde lejos y desde cerca te extraño.

146

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El Guardián, julio 28, 2007.

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