martes, octubre 09, 2007

Instantáneas de febrero

A.

Un buen indicador para conocer qué partido tiene las mayores posibilidades de triunfo en los comicios es el grado de conflicto que se presenta en su interior. Anteriormente este factor también se podía conocer de acuerdo a los sondeos de opinión realizados previos a la celebración de las elecciones. Las multicitadas encuestas daban a conocer qué personajes y qué partidos podían tener las probabilidades más altas de alcanzar el puesto de elección popular en disputa. Sin embargo, debido al abuso que se ha hecho de este instrumento estadístico, en el que las tendencias las están definiendo los recursos financieros invertidos al momento de encargar los sondeos, ahora es más confiable revisar los diarios con el fin de saber en qué partido existen niveles de conflicto más notorios para tener una idea más o menos clara de quién va a ganar.

Este hecho se pudo notar en toda su extensión en la nominación del candidato del PRD para Jefe de Gobierno de la Ciudad de México. Los dos contendientes, Marcelo Ebrard y Jesús Ortega, se enfrascaron en una competencia feroz para obtener la postulación. ¿La razón? Los dos sabían que, una vez obtenido el registro por parte de su organización, lo demás será pan comido. En contraste, en el PRI de la capital, donde antaño los puestos eran prácticamente arrebatados de las manos entre sus integrantes, nadie objetó que Beatriz Paredes fuese la nominada. De hecho, en el tercer partido grande, el PAN, sus militantes no tuvieron empacho en aceptar que un ex priísta-perredista como Demetrio Sodi sea su representante en las boletas para el próximo dos de julio.

Lo anterior se presenta ahora dentro del PRI de Puebla por la definición de las listas de candidatos a legisladores federales. Como sabemos, la entidad ha sido –y parece que seguirá siendo ad infinitum—bastión político de ese partido. A pesar de la pobreza, la marginación y la carencia de resultados en la gestión, los poblanos suelen inclinarse hacia el PRI de manera sistemática. Esta es una de las razones por las que estar dentro de la lista definitiva de candidatos a diputados y senadores se ha convertido en el oscuro objeto del deseo: por el simple hecho de que quien sea nominado por este partido tiene prácticamente asegurado escaño e ingreso por tres o seis años, respectivamente.

De acuerdo a la prensa regional y estatal de estos días, el asunto no se presenta terso. Hay muchos aspirantes y pocos lugares a repartir. El común es que todos están convencidos de tener los méritos suficientes para honrarnos con su presencia en el parlamento. Ante este clima de incertidumbre, que ha implicado el riesgo de quedar fuera de la repartición, algunos priístas de cepa han tomado actitudes impensables hasta hace apenas algunos años. La más notoria ha sido amenazar con abandonar el partido que les ha dado todo y, vaya paradoja, enlistarse con el siempre generoso y abierto PRD, en el cual han redescubierto las virtudes de la justicia social, los valores e ideales más nobles y el ejercicio más puro de la política.

A pesar de que este fenómeno no es nuevo, es decir el que los militantes del PRI brinquen alegremente hacia el PRD cuando le son cerradas las puertas dentro del partido que los formó, no dejan de llamar la atención las características del hecho. Primero, el súbito alumbramiento que implica descubrir que el partido en el que militaron por años no era el lugar democrático y afable en el que creyeron estar. Esta experiencia sólo debe ser comparable con el deslumbrón divino que recibió Pablo de Tarso y por el cual se convirtió de perseguidor encarnecido de fariseos en uno de los principales predicadores del cristianismo. Segundo, que el PRD no aprenda de sus experiencias pasadas. Es cierto que en los tiempos actuales la pureza ideológica es algo menos que imposible. Sin embargo, siempre es sorprendente descubrir que este partido esté dispuesto a recibir antiguos adversarios externos para incorporarlos ipso facto en sus filas y, por si fuese poco, en la antesala de los puestos más altos.

Así ha pasado y la historia, al parecer, seguirá repitiéndose indefinidamente. Todo en el nombre de un pragmatismo radical.

B.

La declaración de la semana. La señora Ana Teresa Aranda, la secretaria que llegó a Secretaria, como ella misma se ha definido, afirmó hace unos días, entre otras cosas, que conoce bien el tema de la pobreza, la materia prima de la dependencia federal que encabeza. Lo anterior a pesar de que, como también destacó, no está en la Secretaría de Desarrollo Social “para hacer gala de mis muchos o regulares conocimientos”. Con el fin de demostrar e ilustrar lo anterior se remontó a su propia experiencia. Nada mejor que el conocimiento empírico para sustituir al académico.

De sus recuerdos extrajo la imagen de su propio cabello lleno de piojos, los cuales le fueron contagiados por los peones que su padre tenía en su rancho. “Mi padre tenía un rancho y en esa casa donde yo vivía no había ninguna traba para que nosotros (ella y sus hermanos) fuéramos con los hijos de los labriegos, con quienes convivíamos muchísimo. Inclusive hasta había permisos para ir a dormir a sus casas. Yo recuerdo haber regresado muchas veces a la casa y haber necesitado... pues no sé, algunos polvos para matar los piojitos. Había unos que vendían en unas latas, me los tenía que poner y me enredaban la cabeza porque nos empiojábamos totalmente. Pero fue una súper oportunidad de convivir, de sentir de cerca muchas necesidades que, a lo mejor cuando uno vive alejado de la pobreza, no las puedes percibir” (La Jornada, febrero 1, 2006). Contundente, sin duda.

Bajo esta lógica, ¿el problema del ambulantaje en Huauchinango no se ha resuelto porque los funcionarios locales nunca han vendido cacahuates hervidos en los portales?, o bien, ¿se deberá a que los miembros de las organizaciones de comerciantes nunca han visto la vida pasar desde el segundo piso del Ayuntamiento?


El Guardián, febrero 4, 2006.

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