jueves, octubre 11, 2007

Dos sistemas de valores

Hace unos días leí la crónica de un joven de esta ciudad, militante del Partido Acción Nacional, en la que daba cuenta de la jornada electoral en la que su organización había decidido quién sería el candidato a la alcaldía. En ella se hacía referencia a la cerrada competición entre los finalistas, al tiempo que daba pistas sobre lo que sería la batalla final. Por lo que escribe se intuye que el candidato al cual apoyaba no obtuvo la nominación. Lo interesante de su texto, sin embargo, es que dejaba entrever que esto se había debido a la utilización de métodos dudosamente democráticos por parte de su contrincante.

La sabiduría popular suele afirmar que cada quien habla de acuerdo a como le va en la feria. Si preguntásemos a los que les ha tocado estar en el bando perdedor, sin duda tendríamos todo un catálogo de explicaciones, argumentaciones y alegatos para justificar dicha situación. En contraste, los vencedores también suelen esgrimir una serie de razones por las cuales han ocupado dicha posición, cuando el embeleso del triunfo se los permite.

Lo anterior aplica a cualquier campo de la actividad humana. Sin embargo, por ahora nos concentraremos sólo en una de ellas.

La política, se ha dicho hasta la saciedad, es algo inherente a las personas. Todos somos animales políticos, de acuerdo con Aristóteles. En efecto, todos practicamos –en mayor o menor grado—esta actividad. No es necesario haber leído a Max Weber para saber que una esposa sagaz puede ejercerla en su casa para obtener algo de su marido, o que el estudiante también la experimenta en su clase o dentro de su grupo de amigos. En suma, todos hemos sido políticos ocasionales en alguna ocasión.

Sin embargo, la política profesional se ha reservado para unos cuantos. Quizás no los más aptos, pero sí aquellos que han sentido el llamado, o bien, los que han contado con los recursos suficientes para su ejercicio (tanto financieros como temporales). Es esta versión la que nos interesa a los politólogos y la que ha generado un elevado desprecio entre la población.

En efecto, a día de hoy, una de las profesiones más denostadas es la de la política. Para comprobar esta afirmación sólo hay que remitirse a las encuestas de opinión. Ahí se verá que, por lo regular, la gente suele mostrar dos tipos de comportamientos respecto a la misma: a) desprecio hacia sus practicantes, b) reconocimiento de su importancia. Necesitamos políticos, sí, pero no nos gusta cómo actúan los que tenemos, parecería ser la conclusión.

Al respecto, siempre es conveniente recurrir a los clásicos, por ejemplo, a Nicolás Maquiavelo. Este autor italiano –muy citado, poco leído—es famoso por haber escrito una serie de recomendaciones a los gobernantes para obtener, retener y expandir el poder. Sin embargo, el valor de su obra no sólo radica en este hecho. El príncipe también mostró la existencia de dos sistemas de valores, contrapuestos y en conflicto, que aplican para la gente común y para los políticos profesionales.

Maquiavelo comprobó hace 500 años la existencia en paralelo de la moral del mundo cristiano y de la moral del mundo pagano. La primera sirve para encontrar la virtud en la vida privada y la segunda para encontrar la virtud en la vida pública.

¿Qué quiere decir esto? Que quien quiera dedicarse a la política deberá acogerse a los lineamientos del segundo sistema de valores, el cual está compuesto por características como el coraje, el vigor, la fortaleza ante la adversidad, el orden, la disciplina, la fuerza. En contraste, para quien aspira a la caridad, la misericordia, el sacrificio, el perdón a los enemigos, el desprecio a los bienes terrenales, entre otros, no se le recomienda seguir ese camino.

Estos postulados suelen generar molestia por su violencia o su crudeza pero, sobre todo, por una razón filosófica: ambos sistemas de valores, incompatibles entre sí, plantean un signo de interrogación en la vida de los hombres. ¿Qué opción debo escoger? En palabras del teórico Isaiah Berlin, lo que Maquiavelo sacudió con este descubrimiento en la historia de la humanidad fueron las bases mismas de la moral occidental: uno puede salvar su alma o servir a un Estado, pero no hacer ambas cosas a la vez.

Para finalizar una reflexión. Este diagnóstico realista no debe utilizarse para justificar cualquier tipo de comportamiento de los políticos. El sistema de valores por el cual se rige su actividad también tiene un contrapeso en la legalidad. De lo contrario, estaríamos de vuelta en el estado de la naturaleza de todos contra todos, a merced de los más fuertes o los más hábiles.

Para corregir los abusos en el ejercicio de la política existen la legalidad y las instituciones, las mismas que también están presentes en la obra de Maquiavelo cuando afirmó que el hombre no es malo por naturaleza, pero que siente una irresistible tendencia hacia el mal cuando no existe algo que se lo impida.


El Guardián, julio 14, 2007.

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