martes, octubre 09, 2007

Enchiladas incompletas

Visiblemente emocionado, el presidente de este país, Vicente Fox, celebró el jueves 25 de mayo la aprobación de una reforma migratoria por parte del Senado de Estados Unidos. El punto central de esa iniciativa (que aún debe ser revisada y aprobada, en su caso, por la Cámara de Representantes norteamericana) consiste en que, a través de ella, se aprueba un plan de trabajadores invitados, un programa de regularización de los migrantes ilegales y mayores controles de seguridad en la frontera compartida.

La noticia tomó a Fox, literalmente, en las nubes. El Ejecutivo Federal fue informado de lo anterior mientras volaba del estado de Washington a California como parte de su gira por Estados Unidos. “¡Ya está! ¡Es un momento histórico, un día de fiesta maravilloso!”, exclamó el presidente a los reporteros que lo acompañaban a bordo del TP01.

Sin duda, con esta reforma hay motivos para tener esperanza. Por fin se aborda un fenómeno innegable, constante y que afecta y beneficia por igual a ambos países. Los mexicanos ayudan a la economía estadounidense realizando trabajos en áreas tradicionalmente menospreciadas. Los norteamericanos ayudan a la economía mexicana al proporcionar la alternativa de empleo y salario.

Sin embargo, en el tema de la migración desde México ha existido un trasfondo poco analizado o, al menos, dejado de lado la mayor parte de las ocasiones: el de la auto evaluación. En efecto, la posición tradicional tanto del gobierno mexicano como de la sociedad ha sido la de exigir al gobierno norteamericano ayuda, legalización y garantías de seguridad para los trabajadores migrantes. Pero, ¿qué hay sobre la exigencia interna?

A lo largo del tiempo la mirada se ha dirigido hacia los abusos que comete la patrulla fronteriza con los hispanos que intentan cruzar la frontera, hacia las precarias condiciones de trabajo con que cuentan los latinos, hacia el constante temor que implica para un indocumentado vivir y trabajar en Estados Unidos. En contraste, poco se ha mencionado sobre el origen del problema, es decir sobre los motivos que llevan a la gente a arriesgar su vida, a dejar a sus familias y a aventurarse a lo desconocido con el fin de tener medios de subsistencia.

El fenómeno de la migración inicia en los países expulsores, en las escasas oportunidades que brindan a sus habitantes, en la desigualdad que persiste en sus sociedades. Las consecuencias de lo anterior no son, en última instancia, responsabilidad directa de los gobiernos de los países receptores. Si a alguien se le puede llamar a cuentas al respecto es a las administraciones públicas de los primeros.

Para tener un panorama más amplio del tema conviene hacer un ejercicio de imaginación. ¿Qué pasaría si México no fuese un país expulsor? Es decir, si fuese un país receptor y que, por lo tanto, cada año recibiéramos alrededor de 400 mil indocumentados provenientes del sur no sólo con la intención de cruzar el territorio hacia Estados Unidos, sino con la firme idea de quedarse a radicar aquí y buscar empleo.

Es difícil establecer un escenario conciso, pero probablemente la sociedad mexicana no vería con tan buenos ojos esta situación. De hecho, como he mencionado en anteriores colaboraciones, la tímida pero constante migración de ciudadanos argentinos al país, los cuales se han instalado con relativo éxito en actividades como las relaciones públicas y la mercadotecnia, ha generado un cierto descontento entre los locales.

¿Qué pasaría si además de ser un país destino de migrantes, un día todos los que ya estuvieran instalados por el territorio se organizaran y salieran a las calles pidiendo legalización y residencia? Si a esto le agregamos que dichas manifestaciones estuvieran coloreadas con las banderas de los países de origen, ¿cuál sería la posible reacción de los mexicanos? La tradicional hospitalidad nacional tiene fama de vasta, pero seguramente posee sus límites. Es probable que los papeles cambiarían y, de ser un país que simpatiza con la lucha de estos grupos, pasaríamos a adoptar una posición de franca defensa del concepto “lo nuestro” frente a “lo extranjero”.

Al respecto, debe notarse en aspecto peculiar. Esta clase de comportamientos nacionalistas se han presentado en países con amplias y consolidadas tradiciones democráticas. Más allá de Estados Unidos, las reacciones hacia el fenómeno migratorio pueden apreciarse desde otra perspectiva en Europa, por ejemplo, en España, Alemania, Italia y Francia. Ahí el prototipo de migrantes es otro, es decir no hay mexicanos, pero sí marroquíes, turcos, albanos y ecuatorianos, entre otros, que año con año llegan buscando empleo y mejores condiciones de vida. Lo interesante de lo anterior es que los comportamientos en esos países no difieren mucho del caso norteamericano: se reconoce la valiosa aportación de los trabajadores venidos de otras tierras, pero no se está del todo convencido sobre la integración cultural de los mismos. Y eso sucede, repito, dentro de países que bien pueden llevar el adjetivo de democráticos sin ningún problema. Esto conduce a establecer la hipótesis de que, si tal situación ocurriese en México, la respuesta no tendría variaciones significativas.

El hecho de que el presidente celebre un probable acuerdo migratorio con Estados Unidos posee dos facetas. Por un lado, puede considerarse como un logro de la diplomacia mexicana en la búsqueda de ayudar a los paisanos que viven allá. Sin embargo, por el otro, no deja de tener un cierto sabor de derrota sistemática. Es decir, aplaudir el que connacionales puedan radicar y laborar en el extranjero no deja de ser un reconocimiento implícito a que México es un país que no cubre las necesidades básicas de sus habitantes. En otras palabras, nos congratulamos de que alguien más se haga cargo de nuestros problemas.

Como ha afirmado Lorenzo Meyer, una solución utópica a este problema sería que, dentro del marco de los diversos acuerdos firmados entre México y Estados Unidos, estos últimos colaboraran con mayor énfasis en el desarrollo de nuestro país. En ese contexto, la bonanza mexicana limitaría la necesidad de cruzar al “otro lado” para trabajar. Sin embargo, esto no es muy probable que suceda en el corto plazo.

Por lo tanto, más allá de tratar de conseguir “enchiladas completas”, lo que realmente debe ser la prioridad de las siguientes administraciones es evitar que la gente salga de su país para sobrevivir. En suma, las baterías deben enfocarse en la generación de empleos y salarios dignos aquí, más que en suplicar un poco de compasión allá.


El Guardián, mayo 27, 2006.

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