lunes, octubre 08, 2007

Los costos de la corrupción

Siempre me ha llamado la atención el hecho de que Huauchinango carezca de una sala de cine. Es decir, no sólo que la tenga físicamente, sino que la utilice. Hubo un tiempo en el que existieron dos opciones. En una daban balazos y barcos incendiados, y en la otra comediantes y mujeres justicieras conduciendo camiones de carga. Pero había algo. Hoy sólo está el recuerdo de ese tiempo que, por el simple hecho de ser pasado, siempre será considerado mejor.

En las ciudades donde sí existen este tipo de entretenimientos públicos se han estado proyectando breves cápsulas en contra de la corrupción antes de las funciones. Patrocinadas por diversas instituciones públicas y privadas, las secuencias intentan crear conciencia sobre este problema y su repercusión social. En una, por ejemplo, se observa a un orgulloso padre de familia alardear ante su esposa y su hijo que es muy inteligente porque ha conseguido la película de moda en tan sólo diez pesos. Aunque no se especifica en la trama, se puede inferir también que dicho filme ni siquiera estaba en cartelera aún, por lo que la adquisición podría considerarse doblemente exitosa. Ante esto, el pequeño hijo que escucha la conversación se anima a confesar algo que lo coloca al mismo grado intelectual que su padre: él también es inteligente porque obtuvo un diez sin haber estudiado, ya que copió a su compañero de pupitre durante el examen.

Aunque este tipo de publicidad regularmente suele tener un efecto momentáneo, es decir donde sólo motiva algún comentario sarcástico del tipo “yo por eso compro películas de a 20”, o bien, que no modifica el comportamiento del individuo más allá de algunos segundos después de haberla visto, ha sido parte de los esfuerzos por hacernos entender que estas prácticas, por muy cotidianas y comunes que parezcan ser, nos afectan a todos de una u otra manera. Al respecto, un amigo sociólogo que viajó recientemente a Uruguay comprobó que en ese lugar al acto de cometer extorsión u ofrecer soborno se le conoce coloquialmente como mexicanada. Así como en México al aumento de la violencia por el narcotráfico se le ha denominado “colombianización”, en otras latitudes la utilización de prácticas ilegales en la vida diaria se conoce como “mexicanización”.

El pasado miércoles se dieron a conocer datos duros sobre este problema. La empresa CEI Consulting & Research, la cual ha coeditado obras como México: La Paradoja de su Democracia de Manuel Alejandro Guerrero (libro en el que tuve la oportunidad de participar), presentó un diagnóstico sobre la corrupción y sus costos en el país. A partir de una encuesta realizada a mil 376 empresas de los sectores manufacturero, comercial, constructor y de servicios, se estableció que los fraudes y sobornos de los que son víctimas las pequeñas y medianas empresas representan pérdidas de hasta 43 mil millones de dólares, aproximadamente 12 por ciento del PIB nacional (Diagnóstico sobre el Impacto del Fraude y la Corrupción en las Pequeñas y Medianas Empresas, CEI Consulting & Research).

Pero no sólo eso. Ahondando sobre los usos y costumbres que han colocado al país en esta situación, el trabajo de investigación ha arrojado datos que son, al mismo tiempo, preocupantes y aleccionadores. El promedio de edad en el que un mexicano comienza a dar mordida es a los 12 años, lo cual se refleja en el hecho de que 15 por ciento de la población entre los 10 y los 15 años ha pagado alguna vez un soborno. Esta cifra se incrementa en el sector poblacional de los 15 a los 25 años, en el cual 40 por ciento de los ciudadanos incurrió –en algún momento—en actos de corrupción. Los costos financieros globales pueden cuantificarse, entre otros aspectos, en la pérdida de 71 mil 955 camas de hospitales o de 310 mil 834 kilómetros de carreteras anuales.

Este tipo de estudios son muy útiles no sólo para demostrarnos (y recordarnos) quiénes somos y dónde estamos. Al representar un acto socialmente reprobable –que implica faltas a la ética y conductas en contra de los valores comúnmente aceptados—y, a la vez, delictivo –condenado por la legalidad—la información sobre este hecho no es común o confiable en todos los casos. De hecho, definir el propio concepto de corrupción es difícil porque es algo que se guarda en secreto y que adopta múltiples formas (sobornos, desfalcos, fraude, intimidación, evasión fiscal, mercado negro, entre otros).

Por un lado se considera a este hecho como “uso indebido del poder público en beneficio de intereses privados” pero, por el otro, como “prácticas cotidianas que rompen la legalidad”. Esto ubica al problema en sus dos dimensiones. No se trata de algo que sólo ocurra dentro de las oficinas públicas. Al contrario. Su presencia en esos lugares es un reflejo de lo que acontece afuera, es decir en el terreno de las relaciones interpersonales. La idea extendida de que el que no transa no avanza o de que la corrupción es el “aceite de la maquinaria” ha permeado gran parte de nuestros comportamientos cotidianos a lo largo de los años.

Lo importante es que estos datos no corran la misma suerte que los cortometrajes anticorrupción: convertirse en motivo de anécdota o comentario que aparece durante un silencio incómodo. Mucho menos para concluir que, con el fin de ubicar a México en puestos más decorosos en las listas del combate a la corrupción a nivel internacional, debamos recurrir al soborno de las propias empresas calificadoras.

El Guardián, agosto 13, 2005.

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