jueves, octubre 11, 2007

Moleskine HCH (II)

He utilizado el servicio de autobuses foráneos en la ruta Ciudad de México-Huauchinango- Ciudad de México por más de 13 años. Desde los tiempos en que el pasaje costaba 24 pesos (es verdad) hasta la actualidad, cuando rebasa ya los 100 pesos el viaje sencillo. Durante todo ese intervalo he podido observar y experimentar diversas situaciones, las mismas a las que se enfrentan las personas que realizan dicho trayecto semana tras semana. El tiempo ha pasado, pero muchas de las condiciones de este servicio parece que permanecerán hasta el final de la historia.

Una de ellas es el hecho de que la ciudad no cuenta con una estación de autobuses digna y segura. Desde hace años he venido escuchando el rumor de que, ahora sí, se montará la referida central en algún terreno de los suburbios. La construcción de la autopista que unirá el tramo ya existente entre Tulancingo y la Ciudad de México, y aquel que parte de Poza Rica rumbo a Tuxpan, ha motivado que una vez más el tema se coloque en la picota.

De hecho, durante la pasada edición de la Feria de las Flores –marzo de 2007—escuché un promocional en la radio que anunciaba que ya se había construido tal obra, lo cual ha sido desmentido nada menos que por la realidad, ya que el ascenso y descenso de pasajeros se sigue realizando a un costado de la vieja carretera federal 130.

Al respecto, y como una especie de anécdota aleccionadora, uno de esos fines de semana de la LXIX Feria pude observar cómo dos coches habían sufrido un accidente en el puente San Juan. Los conductores –al parecer—perdieron el control debido al pavimento mojado y los autos terminaron sobre las escaleras de dicho paso a desnivel. Esto también puede ilustrar lo peligroso que se torna el ambiente en nuestra improvisada estación, sobre todo en época de lluvias y neblina –algo bastante común en la zona—en donde viajeros, comerciantes ambulantes, unidades de transporte de pasajeros y de carga, así como taxistas y un sinfín de curiosos convive en un reducido espacio de terreno.

Otro aspecto en el tema de los viajes entre ambas ciudades lo constituye la peculiar oferta disponible de transporte. En la actualidad existe una cantidad limitada de corridas, sobre todo si alguien desea llegar a Huauchinango desde el Distrito Federal. El último autobús de primera clase que parte desde la Central del Norte tiene horario de 20.30 horas. A partir de ese momento sólo se puede arribar a través de la segunda clase, la cual implica múltiples paradas intermedias, unidades incómodas y un riesgo más alto de ser asaltado en el trayecto.

Asimismo, el hecho de comprar un asiento numerado en la taquilla no garantiza que se pueda hacer efectivamente uso de él dentro del autobús. Dependiendo de la línea de transporte, del modelo de la unidad o del simple azar, los asientos están numerados bajo extraños criterios. Así, la ventanilla se puede ubicar en el pasillo y viceversa, o bien, al número 22 le seguirá el 34, por decir algo. A esto debe aunarse la posibilidad de que alguien más se haya aposentado con anterioridad en el lugar que has comprado y que intentar moverlo signifique entablar algún tipo de proeza bíblica (he sido testigo de varios enfrentamientos que han estado al borde de terminar en batalla campal).

No olvido también algunos puntos como la inasistencia de autobuses (sobre todo en el horario madrugador de los lunes), la impuntualidad de otros (en especial los servicios "de paso"), o bien, la experiencia de escuchar películas –escuchar porque no se pueden ver—a todo volumen, junto al reproductor de discos compactos dando a todo los éxitos gruperos del momento.

Con esto no quiero afirmar que todo el trabajo de la gente involucrada en el sector transportista de la región sea malo. No. Lo que intento es llamar la atención sobre algo que suele pasar desapercibido para muchas personas, es decir para quienes no son usuarios regulares del mismo. Los que hemos vivido la experiencia de viajar en esta ruta podemos dar un testimonio sobre lo que ahí sucede, así como los problemas a los que se enfrenta el ciudadano común.

Al respecto, siempre me ha llamado la atención la cantidad de habitantes de Huauchinango que se desplaza semanalmente a la Ciudad de México, Puebla, Pachuca u otras ciudades. Quien haya estado una madrugada de lunes en la improvisada estación sabrá a lo que me refiero: desde las 02.45 horas hasta el mediodía casi todos los autobuses parten llenos rumbo a los diferentes destinos. El reverso de la moneda lo encontramos los viernes y los sábados, cuando todos aquellos que partieron a trabajar, estudiar o pasear vuelven con los suyos. Una especie de eterno retorno y ciclo vital interminable.

Ante esto la duda es, ¿acaso no merecemos un mejor servicio todos aquellos que, semana con semana, viajamos por esa mítica ruta que abrieron los arrieros hace muchos, muchos años?


El Guardián, junio 16, 2007.

No hay comentarios: