jueves, octubre 11, 2007

México y España

Estas vacaciones de diciembre he estado en Madrid, España. A pesar de haber sido un viaje breve, la ocasión me ha permitido realizar algunas consideraciones sobre las peculiares condiciones sociales de ambos países. Los viajes siempre son útiles no sólo para descubrir nuevas costumbres, territorios y actitudes, sino también para descubrirnos a nosotros mismos.

El primer punto que me ha llamado la atención ha sido, sin duda, la sensación de orden que se respira en la capital española. Es decir, esa certeza de que las cosas funcionan, pero no sólo porque así lo dicta el destino o porque el azar está de nuestro lado, sino porque existe una estructura que ayuda a que esto suceda.

Me explico. Hay un transporte público regulado y digno. El subterráneo es eficiente. La mayoría de los taxis, si no es que todos, están debidamente identificados y son seguros. Las calles están limpias. Los automovilistas respetan los pasos cebras establecidos para el cruce de los peatones. Las señalizaciones están en su lugar y no muestran signos de avería. Es extraño encontrar algún bache o irregularidad en el asfalto. Hay pocos cuerpos policiales en las calles.

De hecho, hasta las manifestaciones callejeras son, por decir algo, diferentes: sobre Gran Vía un grupo de jóvenes reclamaba la víspera de Navidad la disponibilidad de departamentos a precio razonable. Su método consistía en ocupar el centro de la avenida sólo cuando el semáforo lo permitía.

En fin. La lista podría continuar, pero no se trata sólo de deslumbrarse ante la realidad europea. Esa que muchos podrían considerar como aburrida y cuadrada, pero que dista mucho del foklore y la rumba características de nuestro subcontinente. Sin embargo, lo que sí es digno de notar es que, si acudimos a la historia, España era hasta hace un poco más de dos décadas un país pobre y atrasado.

En efecto, mientras en el México de la década de 1950 los índices de crecimiento rondaban el seis por ciento anual, mientras nuestro país transitaba del campo a la ciudad de forma acelerada y mientras el modo de vida generaba notables manifestaciones del arte y la cultura hacia el exterior, España estaba sumida en un régimen de gobierno estricto y, en opinión de los propios peninsulares, asfixiante. Dos ejemplos al respecto: la gran cantidad de españoles que recuerdan con cariño las películas producidas en México durante esos años –con personajes como Cantinflas o Jorge Negrete—y la pujante industria editorial de nuestro país que representaba uno de los mejores accesos al conocimiento en castellano.

Entonces, si a mediados del siglo XX existía una cierta ventaja sobre la llamada Madre Patria, ¿qué ha sido lo que ha pasado de 1978 a la fecha?

España es hoy en día un ejemplo de progreso económico y social. Por supuesto, esto no quiere decir que no afronten sus muy particulares problemas como, por ejemplo, el terrorismo y el asunto de las identidades regionales. Sin embargo, es innegable que han dejado de ser un pueblo rural para insertarse de lleno en Europa.

Esto lo ligo al segundo punto que más me ha llamado la atención durante este viaje: la diferencia entre el punto más alto de la escala social y el más bajos es menor que en México. En términos simples: hay menos pobreza.

Durante las caminatas por Madrid ha sido casi imposible observar comercio ambulante. En el metro no se han subido vendedores de discos ni mendigos. En las calles los puestos de comida son prácticamente inexistentes. ¿Sorprendente? Para ellos no, para nosotros sí. Cuando uno se acostumbra al caos y a la romería de nuestras sociedades corre el riesgo de creer que todo debe ser así y que dicho estatus es normal.

Por supuesto, esto no debe interpretarse como la descripción de una sociedad perfecta. La piratería y la delincuencia existen. El punto sobre el que quiero enfocar la atención es que, una vez de vuelta en la Ciudad de México y comparando los centros históricos de ambas ciudades, la diferencia es abismal.

No vayamos más lejos. Por estos días el Eje Central Lázaro Cárdenas es casi intransitable. No sólo por el ímpetu de los Reyes Magos en cumplir su misión, sino porque la invasión de puestos callejeros multifacéticos ha mostrado un crecimiento constante en los últimos tiempos. Si antes sólo ocupaban un costado de las aceras, ahora se han distribuido en tres líneas sobre el mismo espacio. Asimismo, los accesos al metro poseen esa escenografía infaltable de mantas multicolores y aromas de nuestra cocina típica.

Y aquí, la frase inevitable: en Madrid no he visto tal cosa. De hecho, el único puesto de piratería que observé ha sido durante el viaje que realicé en mayo de 2005, en el cual un africano vendía discos de reggaetón en el pasillo de ingreso a la estación Pío Baroja.

Pero regresemos a la parte del aprendizaje. ¿Qué han hecho bien los españoles para tener estos niveles de bienestar? Desde mi punto de vista, el motor y el eje sobre el que han estado montadas las acciones que les han permitido lo anterior ha sido uno relativamente sencillo: ponerse de acuerdo. La mítica transición a la democracia de finales de la década de 1970 posee un elemento central: el papel que jugaron tanto los partidos como el Rey para pactar ese primer paso adelante que han mantenido en los últimos 20 años. De esta forma, todo ha partido de la voluntad de querer llevar a cabo las acciones necesarias.

Durante el vuelo de regreso a la Ciudad de México un anciano español criticaba a la oposición del Partido Popular encabezada por Mariano Rajoy, el cual ha mantenido una acre posición crítica ante todo lo que hace, deja de hacer o pretende hacer la administració n del socialista José Luis Rodríguez. En su opinión, esto es "terrible" porque no beneficia a su país: más que ser la contrapeso, se han vuelto intransigentes.

Cuando le mencioné el saltimbanqui protagonizado por los diputados en San Lázaro la última semana de noviembre de inmediato tuvo una opinión: en España se siguieron con mucho interés tales hechos, mencionó. "Y es una lástima porque México es un país muy importante y merece tener un mejor destino".

Como he señalado líneas arriba, la utilidad de los viajes no sólo es conocer otras latitudes. Lo valioso consiste en que, sólo mediante la comparación y el contraste de lo que no es idéntico, somos capaces de comprender mejor nuestro propio entorno.

Feliz 2007 para todos.


El Guardián, enero 6, 2007.

No hay comentarios: