martes, octubre 09, 2007

Las largas horas

Inédito, difícil, emocionante escenario político se ha presentado en el país luego de las presidenciales del domingo pasado. Por unos minutos hemos tenidos dos presidentes electos. Por tres días hemos experimentado las virtudes de la paciencia. Por una madrugada entera hemos ejercido y comprendido de manera hiperreal las implicaciones de la democracia.

Al momento de escribir estas líneas tenemos ya un vencedor de acuerdo al recuento de las actas de casilla de cada uno de los 300 distritos electorales. Pero también tenemos el anuncio de impugnaciones por parte del segundo lugar. De esta forma, aún no podemos poner con todas sus letras el nombre de quién recibirá en San Lázaro la investidura de Ejecutivo Federal el próximo primero de diciembre.

Lo vivido en estos días –y lo que vendrá—nos arrojará lecciones bastante útiles para nuestra idea de país, de sociedad, de convivencia y de futuro. Los mexicanos nos encontramos en un punto de inflexión que, si logramos superar de manera satisfactoria, tendrá innegables repercusiones positivas. Las crisis cuando no destruyen, fortalecen.

Entre las conclusiones que podemos obtener en este momento considero extremadamente loable la reacción de la población durante estas largas horas. Es decir, todos hemos estado algo inquietos desde que la noche del domingo nos fuimos a dormir sin la certeza de haber conocido al sucesor de Vicente Fox. Sin embargo, esto no generó ni el levantamiento del país, ni la aparición de conflictos que no puedan ser procesados por las vías institucionales, ni la desaparición repentina de las reservas financieras.

Esto es muy destacable porque, de acuerdo a nuestra experiencia recurrente, la mexicana ha sido una historia de sinsabores y frustraciones en cuestiones electorales. Dentro de nuestra información genética las palabras fraude, transa y sospecha son parte de nuestros usos y costumbres más arraigados. A pesar de lo anterior se dio un voto de confianza a las instituciones. Un punto a favor, sin duda.

En contraste, me parece que también hay –al menos—dos puntos que deben corregirse en el mediano plazo. El primero es el relativo a la composición del Instituto Federal Electoral. Esta institución ha contado con uno de los respaldos más fuertes en términos de confianza ciudadana. Su labor de una década y sus resultados contundentes le han permitido tener credibilidad. Sin embargo, en esta elección ha estado en la picota. Desde la integración del Consejo General hasta su desempeño en el proceso, el IFE ha tenido que sortear diversos señalamientos.

Al respecto, debe recordarse que todos los consejeros fueron renovados para estos comicios. Lo anterior ha dado pie a diversas críticas debido al déficit de peso académico y moral de los actuales frente a sus antecesores. Para ilustrar esto, sólo debe notarse la constante búsqueda que hicieron los medios de comunicación a los antiguos consejeros, en especial a José Woldenberg, Mauricio Merino y Jacqueline Peschard, con el fin de resolver las dudas de la jornada. Así, aunque tenemos unos consejeros en funciones, la opinión de importancia era la de los experimentados.

Lo recomendable es que la forma en que se elige a este órgano colegiado –y sus contrapartes estatales—sea de manera escalonada, es decir donde no exista un proceso de renovación total que pueda generar improvisación y sospechas. Lo ideal es que sólo una parte de la junta sea sustituida en una emisión –por ejemplo, la mitad—y, de esta forma, obtenga experiencia práctica junto a los consejeros restantes.

El segundo asunto es el referente a la viabilidad de la segunda vuelta electoral para los comicios mexicanos. La semana pasada ubiqué a este tema como uno de los que deberán integrar la agenda para la Reforma del Estado de la próxima administración. Hoy se ha convertido en un punto de acuerdo entre los académicos, los políticos y la población debido al estrecho margen entre el primer y segundo lugar.

Si esta herramienta estuviese considerada hoy por hoy en la legislación electoral, en este preciso momento lo que estaríamos debatiendo no sería el resultado o las impugnaciones, sino el montaje del desempate por medio de un nuevo llamado a las urnas. La ventaja consistiría en que el próximo presidente contaría con una legitimidad reforzada y un mayor margen de maniobra, al tiempo que reduciría el riesgo de polarización social (escenario en el que ahora mismo nos encontramos).

¿Que el asunto es caro y tardado? En efecto. Pero ahora mismo tenemos la prueba de que –en ocasiones—es mejor retrasarse y sacar la cartera para evitar problemas que nos cuesten más a futuro.

La otra elección

El domingo fui presidente de una casilla instalada en el municipio de Huauchinango. Desde las ocho horas comenzamos a montar lo necesario para recibir la votación. Un ejercicio cívico reconfortante que bien ha valido la asistencia a los cursos de capacitación y a los simulacros, así como sortear los avatares propios de la jornada, por ejemplo, atender a la gente ansiosa de sufragar y a los participativos representantes de los partidos, al hecho de no comer y de terminar muy tarde en las oficinas del IFE entregando la paquetería electoral.

Desde esa posición privilegiada pude percatarme que la elección de diputados federales era muy importante para los huauchinanguenses. Más allá del interés natural que provocó saber quién será el próximo presidente del país, la cercanía con los personajes involucrados en la definición de nuestro representante en el Congreso acaparó la atención en el conteo.

Al respecto, este hecho nos conduce a otra reflexión: la de replantearnos la necesidad de contar ya con la reelección legislativa consecutiva. Ante el ímpetu de algunos personajes por ser nuestros representantes populares de manera sistemática, este diseño institucional sería de gran utilidad.

Así, a los electores nos permitiría asimilar que un legislador puede volver a ocupar el cargo con la finalidad de aprovechar –al menos en teoría—su experiencia y su conocimiento. Pero, más importante aún, con la reelección legislativa tendríamos la plena certeza de cuántas veces una sola persona puede desempeñar dichas responsabilidades durante su existencia (por lo regular, entre dos y tres mandatos únicamente).


El Guardián, julio 8, 2006.

No hay comentarios: