jueves, octubre 11, 2007

Día del libro

Esta semana que concluye se caracterizó, entre otras cosas, por celebrar al Libro, la Lectura y los Derechos de Autor. El pasado lunes 23 de abril, fecha en la que coinciden los aniversarios luctuosos de Miguel de Cervantes y William Shakespeare, se realizaron en todo el orbe diversas actividades relativas a estos temas. En México, el principal debate se ha centrado en el hábito de la lectura entre los ciudadanos.

El punto es relativamente simple: en el país no se lee. Tal cual. Al menos no como se esperaría que lo hiciera una sociedad con las características de la mexicana, es decir con un cierto nivel de desarrollo a pesar de la extrema desigualdad, con una enorme cantidad de jóvenes y con una industria editorial que, hasta hace pocos años, fue prolífica y rentable.

Diversos datos y autores avalan esta afirmación. Uno de ellos ha sido el escritor Guillermo Sheridan (Monterrey, 1950). En su excelente artículo incluido en el número de abril de la revista Letras Libres hace un breve recuento de las cifras sobre la lectura en México. Veamos.

De acuerdo con estadísticas de la OCDE y la ONU, el mexicano promedio lee 2.8 libros al año. En el país existe una sola biblioteca pública por cada 15 mil habitantes. Aproximadamente 40 por ciento de los encuestados no ha entrado jamás a una librería, establecimientos de los cuales se pueden encontrar uno por cada 200 mil personas a lo largo del territorio. Por lo anterior, se calcula que sólo contamos con 600 librerías en una nación con más de 100 millones de habitantes ("La lectura en México/1", en Letras Libres, núm. 100, p. 122).

Si este recuento es escalofriante por sí mismo, la pregunta que se plantea Sheridan en su artículo lo es más: ¿de veras creen que en México hay una biblioteca pública por cada 15 mil habitantes?

Con tono sarcástico, el Doctor en Letras por la UNAM y ex director de la Fundación Octavio Paz pone la cosa clara: "ignoro su metodología, pero conozco mi tierra. Me temo que lo más seguro es que el encuestado mexicano promedio no haya leído nada nunca y haya decidido mentir, proclive como es a la exageración y a la baladronada, en especial cuando se le encuesta o entrevista".

En su opinión, a ese "mexicano promedio" la pura idea de leer libros le resultó a tal grado misteriosa que, aún creyendo exagerar (al contestar que leía "2.8" ejemplares al año), no exageró.

Durante mi estancia en el bachillerato (1990-1993) intenté hacer mi servicio social en la Biblioteca Municipal de Huauchinango, la misma que se ubica dentro de las instalaciones de la Casa de la Cultura. Me refiero no a la principal, es decir a la Sandalio Mejía, sino a la que está (o estaba, no estoy seguro) a un costado, aquella que fue atendida por años por una frágil anciana de párpados caídos.

Desde ese lugar pude observar en directo un pequeño muestrario del fenómeno del libro y la lectura en México. Las únicas personas que solían acercarse al recinto eran, por lo general, estudiantes de primaria y secundaria buscando resolver alguna tarea escolar. Preguntas del tipo ¿tiene algún libro de la guerra? eran frecuentes entre los chicos. ¿Cuál guerra?, contestábamos ambos. No sé, respondían para después volver a mirarnos fijamente esperando con ansiedad el producto de su petición.

Por supuesto, el material con el que contábamos tampoco era el más óptimo para saciar la de por sí escasa demanda de servicios. Por ahí había algunos viejos libros de textos de décadas pasadas, por acá los infaltables de las colecciones "Sepan cuántos..." de Porrúa o de "Letras Mexicanas" de Joaquín Mortiz, por allá el clásico y multimencionado Huauchinango histórico de Sandalio Mejía. Hasta ahí dábamos y no importaba mucho: aún no eran los tiempos en los que palabras como democracia, rendición de cuentas y participación ciudadana se repetían sistemáticamente entre toda la población.

Dada la abulia y la monotonía que presagiaba ese servicio social decidí cancelarlo. Una verdadera pena no por la actividad, sino por la estoica dama que de lunes a sábado se sentaba en su escritorio a mirar la vida pasar entre el polvo y el frío.

Los años han pasado y desconozco qué ha sucedido con la Biblioteca Municipal de Huauchinango. Imagino que se han destinado algunos recursos financieros y materiales con el fin de mejorar el servicio.

Pero, al igual que Sheridan, puedo aventurar una respuesta no con base en metodologías, sino en el conocimiento de la tierra: los únicos que deberán acercarse en 2007 serán algunos estudiantes del nivel básico preguntando si no hay libros de la guerra. Los usos y costumbres son los últimos en cambiar en cualquier tiempo y en cualquier lugar.

"Estas estadísticas han cubierto al país de vergüenza", señala el autor respecto a los datos de la lectura en el artículo citado. "Lo bueno es que como el país no lee, no se ha enterado de que está cubierto de vergüenza".


El Guardián, abril 28, 2007.

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