lunes, octubre 08, 2007

El PRD versus el PRD

A finales de la década de 1990 el Comité Ejecutivo Nacional del Partido de la Revolución Democrática (PRD) encargó a una empresa encuestadora realizar un sondeo entre la población para conocer cómo percibía y qué pensaba la gente sobre este partido. Ante los malos resultados electorales y el constante golpeteo mediático que recibían los miembros de esta organización, se dieron a la tarea de indagar lo que el público hablaba y sentía por ellos. Los resultados fueron interesantes, aunque no inesperados. Para una considerable mayoría de los mexicanos, el PRD era un partido violento o con tendencia a resolver los problemas a través de manifestaciones y cierres de instalaciones estratégicas, no era una opción confiable de gobierno y, sobre todo, se desgastaba demasiado en sus peleas internas, en su interminable lucha entre corrientes que minaba la confianza de los ciudadanos hacia el partido de la izquierda mexicana. En la actualidad los dos primeros factores se han ido modificando. Sin embargo, el tercero, la disputa entre sus facciones, permanece intacto.

Han pasado más de 15 años desde la fundación del PRD y más de un sexenio desde la presentación de aquel estudio. Al terminar el año 2005 este partido se encuentra en una posición sustancialmente mejor a la que tenía en el pasado. Es un hecho que no ha aumentado significativamente su presencia en alcaldías y gubernaturas, pero un solo factor lo coloca en la palestra política: de acuerdo con las encuestas, es el partido cuyo candidato presidencial posee las más altas probabilidades de obtener el triunfo en los comicios del próximo año. Ni más ni menos. En especial si se analizan a la distancia las razones que condujeron a pedir aquel sondeo de opinión.

En esa época, el PRD había transitado por un nueva derrota en las presidenciales, había disminuido el número de sus legisladores en el Congreso y, en general, no aumentaba su tendencia electoral (entre cinco y siete millones de votos “duros”). A pesar de haber alcanzado algunas gubernaturas, entre ellas el importantísimo bastión que representa la Ciudad de México, algunas de ellas se realizaron a través de alianzas con otros partidos diametralmente opuestos a su plataforma política, lo cual limitó su proyección como una opción viable para conducir la administración pública (por ejemplo, el caso de Nayarit). De esta forma, el PRD era uno de los “tres grandes”, pero el menor de ellos.

Mucha agua ha pasado debajo del puente desde entonces. Ahora este partido lidera la encuestas y cuenta con uno de los políticos más populares en el país, algo verdaderamente difícil de obtener en nuestro contexto. Su posición radical respecto a algunos temas nacionales se ha matizado, lo cual ha abonado el terreno para ganar un voto de confianza tanto de la ciudadanía como de los agentes de poder fáctico. Asimismo, al permanecer durante dos periodos consecutivos al frente del Distrito Federal le ha permitido mostrar que pueden gobernar sin que el sistema colapse.

Lo destacable es que, a pesar de estas dos condiciones favorables, el tercer factor de aquella investigación permanece incólume: el PRD se sigue entrampando en una riesgosa lucha entre tribus que, desde siempre, han erosionado su desempeño y su imagen. A diferencia de lo que sucede en los otros partidos (el PRI donde permanece la disciplina y la complicidad, y el PAN donde se prefiere guardar las apariencias), en el PRD el “debate” ideológico se lleva hasta el extremo. No es aventurado ilustrar este hecho afirmando que, donde haya 30 perredistas, habrá 37 corrientes internas.

Esta es una de las razones por las que el equipo de su candidato ha optado por formar una organización paralela al PRD rumbo al 2006: las Redes Ciudadanas. Con el fin de acercarse a la población, convocar a líderes estatales y locales, y agrupar a un frente amplio de organizaciones sociales apartidistas, el grupo cercano a López Obrador ha fomentado esta peculiar estructura compuesta, por lo general, por ciudadanos que poco o nada han tenido que ver con la actividad política, o bien, con ex miembros de otros partidos, pero que pueden representarles votos reales la noche del seis de julio de 2006.

Este es el punto central. La decisión de los think tanks del candidato presidencial de la alianza PRD-PT-Convergencia de darle un peso político relevante a las Redes Ciudadanas, de ceder casi 70 por ciento de las candidaturas al Congreso a “externos” y de privilegiar la integración de grupos políticos con ex miembros de otros partidos (sobre todo del PRI), está conduciendo al PRD a la vieja lucha histórica en su interior –facciones versus facciones—que pueden reducir sus posibilidades de triunfo el próximo año.

En efecto, los militantes tradicionales de este partido no están aprobando del todo que neo perredistas y ex priístas se estén integrando ipso facto al partido de la izquierda mexicana y que, paradójicamente, sean estos los que estén decidiendo qué hacer, a quién integrar y cómo se repartirían los espacios de poder en el mediano plazo.

Los ejemplos han sido notorios. El 30 de noviembre se anunció la creación de un consejo consultivo que elaborará la plataforma política de López Obrador y que está integrada, entre otros, por ex priístas de cepa como Agustín Basavae, José Ángel Pescador Osuna, David Ibarra y Roberto Campa. El Comité Directivo Estatal del PRD en Sonora, a través de Hildelisa González, ofreció la candidatura externa al Senado al ex vocero presidencial, ex priísta y ex panista (¿futuro ex perredista?) Arturo Durazo Montaño. Durante las giras de López Obrador por los estados de Hidalgo y Guanajuato se apreciaron las disputas entre las estructuras estatales del PRD y las Redes Ciudadanas en la organización de los actos políticos. De acuerdo con reportes de los diarios nacionales, existen conflictos entre ambos grupos por la nominación de candidatos en Zacatecas, Morelos y Tlaxcala. La victoria de Marcelo Ebrard ha dejado inconformes e inquietas a corrientes como Nueva Izquierda, Unidad y Renovación, e Izquierda Revolucionaria.

La política requiere alianzas y derribar el mito de las posiciones irreconciliables. La administración pública exige un alto carácter pragmático. Claro. Pero en estos momentos el PRD debe ser particularmente cuidadoso al momento de ceder sus nominaciones a los cargos públicos a personajes que, hasta hace poco, no compartían el ideal y el perfil que suelen representar sus integrantes y que han cambiado su posición no por razones ideológicas, sino por habérseles cerrado la puerta en sus respectivos partidos. El poder por el poder es algo que el PRD no puede ser laxo al justificar. Su debilidad estructural no puede justificar su ingenuidad conceptual.


El Guardián, diciembre 17, 2005.

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