lunes, octubre 08, 2007

Cometer suicidio

Algo está pasando en el estado que los poblanos se están suicidando con mayor frecuencia que antes. Todas las semanas, a veces todos los días, los diarios estatales han estado reportando muertes provocadas en sus páginas de policía. Los más recientes ocurrieron el fin de semana pasado. De acuerdo a las notas de Intolerancia y Síntesis, en tres horas se cometieron tres suicidios en la entidad. En Tehuacan un menor de 15 años se ahorcó –al parecer—porque su novia estaba embarazada y un anciano se quitó la vida por tener SIDA avanzado. En Villa Lázaro Cárdenas un campesino ebrio bebió un frasco de insecticida frente a su esposa y sus hijos.

Las cifras varían, pero se calculan alrededor de 135 casos durante el transcurso de 2005, sin considerar los intentos que se han frustrado debido a la impericia de los suicidas o a la oportuna intervención de los servicios de urgencias. Algunos se ahorcan, otros se disparan en la cabeza, otros se cortan las venas, otros ingieren sustancias tóxicas. El fenómeno ha dejado al descubierto todo un catálogo de métodos y procedimientos. El punto radica en que, de manera preocupante, estos poblanos están llamando la atención debido a su comportamiento inusual.

En términos concretos el suicidio es el acto de quitarse la propia vida. Este hecho ha estado presente a lo largo de toda la historia de la humanidad. En algunas sociedades se ha considerado un delito y en otras un recurso disponible, pero inaceptable. De acuerdo con Emile Durkheim, los suicidios son fenómenos individuales que responden a causas sociales. En su obra El suicidio los define como “todo caso de muerte que resulta directa o indirectamente de un acto positivo o negativo realizado por la víctima misma y que, según ella sabía, debía producir ese resultado”.

Puebla no ha sido –tradicionalmente—una entidad de suicidas. De acuerdo a informes de la Secretaría de Salud, hasta el año 2002 se encontraba por debajo de la media nacional y muy lejos de lo que sucedía en Tabasco y Campeche, estados con los mayores índices de suicidio tanto en hombres como en mujeres (Salud México 2002). Por extraño que pueda parecer, la entidad con menos suicidios en ambos casos dentro del mismo estudio fue Chiapas. Asimismo, el informe destacó que en el país se ha observado un crecimiento sostenido en la última década, con tasas más altas a las de cualquier otra nación latinoamericana.

Entre las causas que explican este comportamiento se encuentra el aumento de la depresión en las sociedades. Producto de las condiciones de vida actuales, que implican mayores niveles de tensión, amplios grupos sociales están experimentado estrés y ansiedad de manera recurrente. Se calcula que alrededor de 15 por ciento de las personas con cuadros depresivos llegan al extremo del suicidio. En el sector juvenil este hecho se explica también por el incremento en el consumo de drogas, así como por la convivencia dentro de ambientes de violencia y abuso. Los mayores de 65 años suelen quitarse la vida por la presencia de enfermedades crónicas, las cuales limitan considerablemente su autonomía física.

En el caso de Puebla estas condiciones no son ajenas a la vida cotidiana. Hay pobreza, hay exclusión, hay violencia, hay drogodependencia y la población –como en el resto del país—está envejeciendo. Sin embargo, también puede considerarse otro factor como hipótesis: la imitación.

En efecto, como he mencionado al inicio, el suicidio es un acto mayoritariamente individual, pero que se condiciona por la percepción social. Así, el suicida sabe que puede proceder como le plazca, pero que tendrá consecuencias futuras para su entorno. Quitarse la vida es una escapatoria eficaz, sin duda, pero que hereda conflictos severos a la gente cercana a la víctima. Sin embargo, al conocer que otros han llevado a cabo con éxito lo que él o ella habían pensado con anterioridad, los suicidas toman un nuevo valor –el definitivo—para lograr su objetivo.

Lo anterior no debe considerarse como una apología del suicidio. Al contrario de lo que ocurre con debates sociales necesarios como el relativo a la eutanasia, en el que se aborda la finalización acordada de la vida por impedimentos físicos, el suicidio refleja una patología social que deben tomar en cuenta las administraciones públicas como un asunto prioritario. Cuando un considerable número de personas se están matando algo está fallando en el entorno. El desempleo, la carencia de vivienda, la inseguridad, la pobreza, entre otros conflictos, siempre han estado allí en diversos grados, pero la gente no se bebía de un trago el frasco de insecticida. Cuando se ha perdido la esperanza y se difumina el temor a quitarse la vida se ha arribado a un nivel peligroso.

A mediados de la década pasada el índice de suicidios en la Ciudad de México se elevó dramáticamente como resultado de la crisis económica de 1994. La respuesta de las autoridades fue habilitar diversos programas de prevención como la ayuda sicológica por teléfono y la incorporación de mensajes evasivos en las estaciones del metro. Algo similar puede implementarse en Puebla. Es decir, políticas que vayan más allá de la contratación de hipnotistas para atender este asunto. Los medios de comunicación también juegan un papel importante en lo relativo al manejo neutral que se haga de esta información.

El tema es interesante y provocará diversas reacciones conforme evolucione. Esperemos que las tasas comiencen a estabilizarse y que este súbito espíritu suicida de los poblanos vaya descendiendo.

El Guardián, septiembre 10, 2005.

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