lunes, octubre 08, 2007

Genio y figura

El ex canciller y candidato ciudadano a la presidencia de la República, Jorge Castañeda Gutman, lo señaló tajante durante una entrevista con Carmen Aristegui en el noticiario Hoy por Hoy: los recientes acontecimientos suscitados al interior del Partido Revolucionario Institucional (PRI) respecto al relevo de su dirigencia, muestran que ese partido es, simplemente, “irreformable”. Es decir, más allá de los esfuerzos que hagan los miembros de ese instituto por mostrar una nueva cara, por tratar de ganar la confianza del electorado bajo un discurso –en apariencia—democrático, en el fondo, sus prácticas, sus usos y costumbres, su esencia sigue siendo la misma.

La reciente disputa entre Roberto Madrazo y Elba Esther Gordillo por la dirigencia del PRI ha sacado a relucir lo menos agradable de ambos personajes y de su agrupación. Por un lado, el primero ha acusado a la también dirigente sindical de traición por haber mostrado algunos signos de acercamiento con la administración de Vicente Fox. Más allá de si dichos escarceos tuvieron como motivación final el bienestar de la sociedad mediante el impulso de algunas iniciativas necesarias y urgentes, como según lo ha explicado la señora Gordillo en su último libro llamado El Paseo de las Reformas. La Batalla por México (Planeta, 2005), para el grupo encabezado por Madrazo esto ha sido motivo suficiente para aislar a la aún secretaria general del PRI.

Por el otro, Elba Esther Gordillo ha roto públicamente con Madrazo al señalar que fue traicionada por éste en dos ocasiones: al momento de ser desconocida como líder de la fracción parlamentaria en la Cámara de Diputados y, recientemente, al ser impedida para asumir la dirigencia del partido, aún cuando los estatutos vigentes señalaran que era el siguiente paso. Lo anterior ha adjudicado al ex presidente del PRI y actual precandidato a la Presidencia los adjetivos de “traidor” y “mentiroso” por parte de quien fuese su compañera de fórmula. Profundizando sus opiniones, Gordillo afirma en el libro que las intenciones de algunos de sus compañeros “nunca han sido las del servicio público, sino las del beneficio personal, ni siquiera de grupos (...) porque incluso traicionan a quienes ilusamente creen estar cerca de ellos”.

Nada nuevo bajo el sol si esto no estuviera ocurriendo en uno de los partidos con mayores posibilidades de ganar las presidenciales del próximo año. Aunque esto no es exclusivo del PRI, tal y como lo demuestra la desconfianza generalizada de la población respecto de la política y los políticos, llama la atención que, independientemente de las valoraciones personales que se puedan tener sobre su historia y su desempeño, las más fuertes descalificaciones han provenido –precisamente—de sus cuadros dirigentes.

Diversos analistas han coincidido en el diagnóstico de que ser priísta implica un modo de vida, un peculiar modo de entender y ejercer la política que se ha reflejado en su desempeño en el poder. Este hecho ha trascendido el propio partido para instalarse como un referente en la vida cotidiana de las personas. Al respecto, la politóloga del ITAM, Denisse Dresser, ha señalado que parte del éxito del PRI en los comicios de cualquier ámbito de gobierno se debe a que la turbia manera en que suele actuar encuentra un reflejo en las aspiraciones de la gente. La frase que indica que es preferible malo por conocido que bueno por conocer, aplicada en la víspera de muchas elecciones, confirma que, al final del día, una considerable mayoría de mexicanos ha preferido las prácticas poco claras de ese partido frente al hecho de experimentar otras opciones de conducir el gobierno y la administración pública.

La fuerza del PRI no está en duda. En la actualidad encabeza el mayor número de gobiernos estatales y locales, posee las mayorías en las cámaras del Congreso y, como se ha visto en las últimas elecciones, cuenta con la estructura más sólida que le permite estar presente en los rincones más apartados de México. Sin embargo, esto no significa un cheque en blanco para justificar cualquier tipo de excesos en su actuar. Al contrario, representa una fuerte responsabilidad para enviar señales de que el país requiere otro tipo de actitudes frente a los problemas más urgentes. El término transición no puede ser menos útil en este sentido: una parte de la cultura política no acaba de extinguirse (por ejemplo, el propio PRI) y otra no acaba de consolidarse.

De regreso a las declaraciones de Castañeda, el también profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM afirmó que lo mejor que le puede pasar al PRI es una nueva escisión. En su opinión, la separación de una corriente significativa, similar a la que ocurrió en 1987 con el movimiento encabezado por Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo, ayudará a este partido a depurar sus cuadros y a reflexionar sobre el papel que juega frente a una sociedad cada vez más sofisticada y demandante.

Es difícil prever los efectos de una posible ruptura interior. De hecho, el genio y la figura priísta permiten inferir que, tal y como ha sucedido en otras ocasiones, podrá superar esta crisis con relativo éxito en el mediano plazo. Debe recordarse que después de la derrota electoral en el año 2000 diversas voces auguraron la división definitiva e inminente del PRI. Cinco años después no sólo sigue ahí, sino que gana elecciones y acecha Los Pinos.

Sin embargo, acontecimientos como los ocurridos la semana que concluye influirán de manera significativa en las percepciones ciudadanas sobre el sentido de su voto. A pesar de que algunos priístas intenten mostrar otro tipo de actitudes, el mensaje que reciben de su dirigencia es el opuesto. El PRI nunca dejará de ser el PRI. Frente a esto, lo que resta es esperar a que el árbitro de la siguiente elección sea lo suficientemente eficaz para disipar cualquier duda sobre el resultado de la misma el seis de julio del próximo año.

El Guardián, septiembre 3, 2007.

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