jueves, octubre 11, 2007

Leyes, muchas leyes, ¿y después?

Un fenómeno interesante está ocurriendo en el país: la súbita discusión del marco jurídico que nos rige. En los parlamentos federal y estatales se libran batallas que han acaparado la atención de los medios de comunicación y que, en algunos casos, han polarizado a la opinión pública. Sin embargo, algo falla. Al igual que el estudiante que se hace de cientos de fotocopias, libros y notas antes de elaborar una tesis (y que nunca logra redactar), así la sociedad mexicana reinventa su normatividad para que después todo siga igual.

La historia de la teoría política puede resumirse en la siguiente pregunta, ¿por qué debo obedecerte a ti o a otras personas? Este simple cuestionamiento ha llevado a infinidad de pensadores e ideólogos a plantear múltiples opciones y modelos de convivencia social.

Sin embargo, uno de los puntos en los que la mayoría ha coincidido es en la necesidad de establecer reglas del juego para procesar los conflictos públicos. Desde los planteamientos clásicos de John Locke y Montesquieu sobre la separación de poderes, el común denominador ha sido el debate sobre quién o quiénes deberán fijar las normas para que la sociedad pueda marchar de forma ordenada.

Así, en los regímenes monárquicos esta atribución se concentraba en la figura del rey (el poder en uno solo), en las aristocracias en la nobleza (el poder en unos cuantos) y en la república en el pueblo (el poder en manos de todos). La soberanía encontraba, de esta forma, su materializació n para después proceder al establecimiento de las leyes que dieran certidumbre y eliminaran –en la medida de lo posible—los posibles abusos a los que está sometida la humanidad por su propia naturaleza.

En las democracias el asunto se ha sofisticado y, por ende, convertido en algo más complejo. Partiendo de la idea de que todo el pueblo es el soberano, pero también siendo conciente de que no todo el pueblo puede (ni quiere) participar en política, la vía que se ha preferido ha sido la de la representatividad a través de las instituciones. Es decir, la soberanía se ejerce a través del Poder Legislativo.

Pues bien, en los últimos días los mexicanos nos hemos interesados por la actividad de dicha institución. ¿El motivo? Los temas que ahí se están discutiendo. No es que ésta sea la primera vez que el parlamento trabaja. No. El punto es que sus resoluciones están llamando la atención e involucrando a un mayor número de personas.

Los ejemplos más claros han sido las modificaciones a la Ley del ISSSTE y la despenalizació n del aborto. Ambas polémicas, ambas con repercusiones en la vida de la gente. Las imágenes de las manifestaciones callejeras de los grupos pro y anti aborto el día de la votación en la Asamblea Legislativa, así como de las 40 marchas que se realizaron el miércoles 2 de mayo en la Ciudad de México en contra de la primera dan cuenta de lo anterior.

Sin embargo, el asunto grave viene después. Tenemos un Congreso que se pone a trabajar. Tenemos una opinión pública que se divide (la democracia implica la exaltación del conflicto). Tenemos un resultado que puede o no gustar a la gente y que se concreta en leyes. ¿Y después? No gran cosa.

Veamos de manera breve tres ejemplos contundentes y aleccionadores.

Primero, la Ley Cívica del Distrito Federal. En este ordenamiento se establece que personajes como los franeleros y los limpiaparabrisas pueden ser remitidos por la policía. ¿Esto sucede en la práctica? No. En las calles siguen dominando los viene-viene frente a los ojos de la autoridad. Segundo, la normatividad que obliga a la separación de la basura. Se realiza en casa y, cuando llega el camión, el trabajador de limpia coge las bolsas y las pone en un mismo recipiente. Tercero, la despenalizació n del aborto. Ya se ha aprobado, pero ahora resulta que es insuficiente la infraestructura médica para atender los posibles requerimientos.

En resumen, tenemos muchas leyes, pero no se aplican. ¿Por qué? Por múltiples razones. Por falta de personal, por desidia, por costumbre, por debilidad de las administraciones públicas. Al final del día lo que queda es esa sensación de haber atravesado el océano nadando para morir en la orilla.

¿Cuál es una de las conclusiones de esto? Que el ejercicio de gobierno es integral. Es decir, que el trabajo del Legislativo es crucial, pero no definitivo, que también debe volverse la mirada al Ejecutivo, al órgano que efectivamente lleva a cabo lo que se plantea en el mundo del deber ser.

En suma, que no sólo importa el qué (la voluntad) sino el cómo (la acción).

Post Scriptum

He visto El violín (Francisco Vargas, 2005), la película mexicana que ha ganado varios premios aún antes de presentarse en su país. Una gran obra de principio a fin. Un filme político sin concesiones y destinado a convertirse en un clásico. Además, hay algunas tomas en las que lo primero que viene a la mente es la Sierra Norte de Puebla. Quizás lo más impresionante es el silencio que se queda flotando en la sala cuando la pantalla va a negros. Cuando se acaba la música.

Recomendable al cien.


El Guardián, mayo 5, 2007.

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