jueves, octubre 11, 2007

Reflexiones sobre la democracia

Definir el concepto democracia no es tarea fácil. De uso tan común, esta palabra encierra mucho más de lo que puede generar en un primer momento. Una mayoría suele utilizar el término para expresar un futuro deseable. Si somos una democracia, si somos demócratas, las cosas irán a mejor, pensamos durante muchos años. Ahora que lo somos –en algún grado—nos damos cuenta de que esto apenas es el comienzo.

En efecto, por un largo tiempo el ideal que prevalecía en la mente de muchos mexicanos era que, una vez que hubiésemos arribado a este sistema de gobierno, muchos de nuestros principales problemas y rezagos se irían eliminando casi de forma automática.

Políticos y politólogos se refirieron a esta palabra como al Grial que este país había estado buscando por siglos para aliviar sus males. Así surgieron expresiones como "transición a la democracia", "procesos de democratización" o "revolución democrática". Aunque no se sabía bien a bien qué implicaban, su utilidad fue concentrar los esfuerzos y las motivaciones en un objetivo identificable: se necesita cambiar al régimen político para volverlo democrático.

Lo anterior lo hemos logrado en una primera etapa. Existe cierto consenso entre los actores políticos y la población en general en afirmar que México es, hoy por hoy, una democracia (datos de la Tercera ENCUP realizada por la Secretaría de Gobernación arrojaron en 2005 que para 31 por ciento de los entrevistados el país sí vive en una democracia, mientras que 23 por ciento opinaron lo contrario).

Sin embargo, como en el multicitado cuento de Augusto Monterroso, después de que los mexicanos despertamos en democracia, nuestros problemas seguían allí. Los índices de pobreza no se han abatido de manera significativa, la inseguridad sigue siendo una de las principales preocupaciones y los niveles de vida de una importante porción de la gente aún no es la deseable.

Esto, sin duda, es interesante por diversas razones. Una de ellas es por el sentimiento de desgaste y desilusión que genera entre la población saber que, lo que se pensaba era la solución y por lo que se había luchado tanto, no ha dado los frutos que se esperaban en el corto y mediano plazo. Asimismo, ante esta democracia, digamos, etérea, se crean condiciones óptimas para la aparición de diversos discursos que pongan en tela de juicio su utilidad y su conveniencia. Es decir, algunos ingredientes están puestos sobre la mesa para fomentar la aparición de posiciones totalitarias o reaccionarias, las cuales pueden ir ganando simpatías en los próximos comicios.

La democracia es un sistema complejo. Quizás el más sofisticado que se haya podido elaborar durante la historia de la humanidad para gobernar. No me refiero al ideal demócrata en los antiguos, es decir en los griegos. No. Estoy pensando en la democracia de los modernos, la que implica una larga y a veces tediosa y aburrida serie de requisitos para llegar a una convivencia racional y civilizada.

Diversos analistas han señalado que lo que México está experimentando ahora una democracia electoral. Es decir, una que sólo cumple con uno de los requisitos para que este sistema funcione de manera correcta.

Ante esto la pregunta que surge es, ¿cuáles son los otros pasos necesarios para considerarnos más demócratas? Un texto clásico del politólogo norteamericano Robert Dahl (Iowa, 1915), denominado La democracia. Una guía para los ciudadanos, nos puede ayudar a resolver este cuestionamiento.

En esta obra, Dahl señala que las democracias en gran escala, es decir dentro de un Estado nacional, deben contar –al menos—con seis instituciones políticas: cargos públicos electos; elecciones libres, imparciales y frecuentes; libertad de expresión; fuentes alternativas de información; autonomía de asociaciones, y ciudadanía inclusiva.

La primera se refiere a la necesidad de contar con representantes electos confiables. Ante la dificultad que implica que todo el pueblo pueda participar en política (por su número y su dispersión dentro de un país), el aspecto crucial se centra en estos personajes, los cuales se agrupan en órganos colegiados de decisión como los congresos y los parlamentos. La segunda, aunque se puede explicar por sí misma, enfatiza la importancia del voto como representació n de la igualdad dentro de una sociedad, así como de la relevancia de contar con comicios transparentes y confiables para elegir a los representantes.

La libertad de expresión y las fuentes alternativas de información se vinculan con la creación de una "comprensión ilustrada" en la población. La democracia es un sistema en el que se exige mucho más a los ciudadanos, por lo que su participación requiere de ciertas destrezas y habilidades que pasan por una mínima capacidad de análisis.

La quinta institución también es definitiva: se refiere a la formación de ciertas asociaciones por las cuales se accede al poder (como los partidos políticos), así como de otras que tratan de influir en el mismo (como los sindicatos, las organizaciones de la sociedad civil, entre otras).

Finalmente, el concepto de ciudadanía inclusiva resume las cinco condiciones previas al garantizar a la población su derecho a votar, a concurrir a puestos de elección popular, a escuchar y ser escuchado, a participar en asociaciones políticas y a tener diversas opciones de información, entre otras.

Como podemos observar, el asunto de la democracia no es tan sencillo como aparenta ser en un primer momento. Lo importante es tener en consideración que, ante todo, se trata de un ideal que nunca será un fin acabado. Por lo anterior, que el camino por andar es largo, muy largo. Tal y como vamos descubriéndolo.


El Guardián, junio 9, 2007.

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