lunes, octubre 08, 2007

La tercera edad ahora

Hace varios años un grupo de funcionarios y personajes de Huauchinango colocaron la primera piedra de lo que –se dijo—sería el Hogar de la Tercera Edad. El lugar que atendería a este sector de la población que no contaba con familia o recursos suficientes para afrontar el último tramo de su existencia de manera digna. El tiempo ha pasado y dicha construcción no aparece por ningún lado. De hecho, sería interesante saber si esa primera piedra permanece en el mismo lugar en la que fue depositada en aquella ocasión. De ser así, bien podría servir para que los adultos mayores –nombre con el que de un tiempo a la fecha se llama a los ancianos—puedan turnarse con el fin de tomar asiento en ella y departir con sus iguales en los amplios ratos libres que poseen.

Lo anterior, que a primera vista puede parecer intrascendente, sirve para ejemplificar uno de los problemas sociales silenciosos del país: el incremento de la población mayor de 60 años y la carencia de políticas públicas específicas para atender esta situación.

Por años hemos escuchado que México es un país joven y que su población se compone –principalmente—de niños y adolescentes. El énfasis se centraba en la vitalidad y el empuje que esto significaba con miras al futuro. Una nación de menores de treinta años auguraba un porvenir lleno de energía y fuerza laboral. Sin embargo, diversas circunstancias han modificado sustancialmente este diagnóstico alentador. La más significativa: el tiempo ha seguido su marcha y hoy esos mismos jóvenes han crecido al tiempo que sus padres han envejecido.

En efecto, la perspectiva actual señala que, en un intervalo relativamente corto, México se convertirá en un país cuya población dejará de crecer, se hará cada vez más vieja y se concentrará en zonas urbanas. A pesar de que seguirá existiendo un importante número de menores de 20 años, la sociedad se irá envejeciendo paulatina e irreversiblemente. Si en 1970 los mayores de 60 años representaban 5.7 por ciento del total de la población, en 2005 son 7.7 y para el año 2025 serán 14.8 por ciento, de acuerdo con las proyecciones realizadas por el Consejo Nacional de Población (CONAPO) de la Secretaría de Gobernación.

Entre los factores que explican lo anterior se encuentra, por un lado, el incremento en la esperanza de vida de los mexicanos. Anteriormente una persona al nacer aspiraba vivir alrededor de 40 ó 50 años. En la actualidad esta cifra se ha incrementado hasta los 75.4 años debido a los avances en los sistemas de salud y en la cobertura de los mismos. Por el otro, la tasa de crecimiento poblacional ha descendido a 1.1 por ciento, cifra que contrasta con lo que sucedía hace 35 años en la que el país crecía a un ritmo de 3.4 por ciento anual. Hoy cada mujer tiene en promedio sólo 2.3 hijos. La imagen tradicional de las familias mexicanas, en las que una sola esposa podía concebir ininterrumpidamente hijos a lo largo de su vida, se ha modificado radicalmente.

Aunque esto todavía es visible en las zonas marginadas, donde persisten el machismo y la desinformación, poco a poco se ha replanteado el número de miembros que es mejor tener en cada núcleo familiar. De acuerdo con el CONAPO, en la actualidad 74.5 de cada 100 mujeres en edad reproductiva usan algún método anticonceptivo. Esto es un hecho significativo si se compara con lo que sucedía en el siglo pasado, en el que el número de hijos era producto del azar y no de la razón. De hecho, tiene un matiz especial ante posiciones reaccionarias como las de Carlos Abascal, secretario de Gobernación, quien cuestionó la inclusión de la “píldora de emergencia” dentro del cuadro básico de medicinas del sector salud.

Cada vez será más común observar ancianos en nuestra sociedad. A los 8.2 millones que existen en la actualidad nos iremos agregando paulatinamente todos los demás. Esto está previsto para ser evidente a partir del año 2015. Sin embargo, las repercusiones ya se perciben. El Instituto Mexicano del Seguro Social ha destacado la inviabilidad del sistema de pensiones en el mediano plazo. El costo derivado de la atención de padecimientos geriátricos –como la diabetes mellitus y las enfermedades cardiorrespiratorias—tendrá un fuerte impacto en los presupuestos públicos. La carencia de espacios laborales se agudizará como consecuencia de una mayor competencia entre los más jóvenes.

Pero más allá de estos aspectos, lo que debe destacarse es el previsible deterioro de la calidad de vida de este sector (en el que, por cierto, todos estamos destinados a formar parte de alguna u otra manera). El incremento de ancianos puede ocasionar que estos sean arrojados a su suerte por parte de aquellas familias que no puedan –o no quieran—hacerse cargo ni de su manutención ni de su cuidado. La situación es crítica si se considera la incapacidad de estos para buscar opciones de sobreviviencia por su propia cuenta. Los mayores necesitan cuidados especiales no como una forma de caridad, sino como una retribución por todo lo que realizaron en su etapa productiva.

En muchas zonas del país –como en Huauchinango—los ancianos sólo cuentan hoy con una simbólica piedra para confiar en un retiro apacible. Aún estamos a tiempo de revertir esta situación. Sobre todo si pensamos en que algún día nosotros mismos seremos la “tercera edad”.

El Guardián, julio 23, 2005.

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