lunes, octubre 08, 2007

19-S

Al igual que muchos recuerdo la mañana del 19 de septiembre de 1985. Cursaba el quinto grado de educación primaria y me disponía a dirigirme al Colegio Hidalgo como todos los días. Mientras desayunaba con mi madre veíamos, como muchos, el telediario Hoy Mismo del canal dos. De repente, un súbito mareo. Nada espectacular, pero sensible. Los de la pantalla debieron haber sentido lo mismo. La conductora Lourdes Guerrero advirtió que estaba temblando, pero que no debíamos asustarnos. El movimiento pendular del foco de la sala comprobó que el fenómeno alcanzaba también a Huauchinango. La Sra. Guerrero nos siguió pidiendo calma a todos los televidentes mientras se abría la toma y se veía a su compañero Juan Dosal haciendo todo excepto seguir sus instrucciones. Dos segundos después todo se fue a negros.

Han pasado ya veinte años de aquel fatídico día para la Ciudad de México. Miles de personas murieron a consecuencia del colapso de los edificios en los que vivían, trabajaban o, simplemente, donde se encontraban a las 07.19 horas de ese día de septiembre. Las imágenes dramáticas de gente recorriendo los escombros o buscando en los improvisados albergues a sus familiares desaparecidos aún nos descubren la dimensión de ese momento. Algo que no podrá borrarse de la memoria colectiva porque en ese momento se había decretado “la desaparición de la capital de México” en los medios internacionales.

Pero el acontecimiento también tuvo un aspecto positivo. El más destacado por la mayoría de los analistas ha sido el despertar del sentimiento de ciudadanía en la población. En efecto, al haberse retrasado la ayuda por parte de las autoridades, la propia gente fue quien se organizó para comenzar las labores de búsqueda, rescate y reconstrucción. Una versión empírica de una característica de las democracias modernas descubierta por Alexis de Tocqueville: cuando existe un obstáculo en el camino es la propia gente quien se organiza para quitarlo sin esperar a que su gobierno tome cartas en el asunto.

Los efectos de lo anterior poco a poco se fueron notando en los asuntos públicos. Así, el Distrito Federal fue una de las primeras entidades en las que la hegemonía del PRI se rompió por falta de resultados, donde se exigieron mayores cuentas a las autoridades y donde se experimentaron nuevas formas de convivencia basadas en la ayuda y la tolerancia. Asimismo, los esquemas de protección civil se han reforzado y ahora la población está en mejores condiciones de afrontar un nuevo fenómeno de esta magnitud. Al menos los escolares del nivel básico en la Ciudad de México poseen una nueva cultura en la que predomina la calma y la rutina ante esta clase de acontecimientos que suelen provocar lo contrario en las personas.

A final de cuentas, lo que el 19-S mexicano ha dejado como enseñanza ha sido el cumplimiento de esa sentencia que afirma que sólo las tragedias sacan lo mejor y lo peor de cada comunidad.

Nueva Orleáns y el Ejército Mexicano

Tal y como recientemente hemos observado en la zona costera del sur de Estados Unidos. Ahí, el huracán Katrina sacó a flote muchos de los errores y vicios de la nación más poderosa del mundo mientras sumía a varias ciudades en el agua del medio ambiente. Pobreza, discriminación, saqueo, hambre y pobreza. Todo ello, por extraño que parezca, concentrado en la población marginal del área: negros, hispanos y asiáticos. La otra parte de la comunidad sí fue evacuada porque sí tuvo los medios suficientes para hacerlo.

A diferencia de lo ocurrido en el 11-S norteamericano, en esta ocasión el gobierno de México actuó con mayor prontitud y eficacia. A unos días de haber ocurrido la tragedia dispuso el envío de diferentes formas de ayuda a través del sistema que ha funcionado en nuestro país para enfrentar las adversidades naturales: el Plan DN-III. De esta forma, pudimos observar en todos los medios el convoy del Ejército Mexicano compuesto por más de 70 vehículos militares desplazándose por la zona norte del país con rumbo a los estados afectados para brindar asistencia, comida y atención médica.

El aspecto a destacar aquí es el enorme entusiasmo que causó este hecho no sólo en los comunicadores, sino en la población en general. Fue interesante observar que al paso de esta caravana varios mexicanos mostraban su apoyo al Ejército con porras y gritos al tiempo en que ondeaban sus banderas. El momento simbólico en el que cruzó el primer vehículo la frontera, así como el izamiento de una bandera mexicana por primera vez desde el siglo XIX en esos territorios que alguna vez fueron nuestros, provocó una mezcla velada de satisfacción y orgullo entre aquellos que narraron los hechos en vivo y entre los espectadores a distancia.

Más allá del factor humanitario, se pueden realizar dos consideraciones de este acontecimiento. En primer término, que la población mexicana no estaría del todo en contra de la idea de que este país estuviese gobernado por los militares. Tal y como lo demostró la Encuesta Nacional de Cultura Política y Prácticas Ciudadanas (ENCUP) 2001, entre la gente existe un sentimiento arraigado de decepción hacia todos los políticos reclutados del bando civil, lo cual conduce a que sus últimas esperanzas se depositen en este sector de la población que es, al menos en teoría, menos corruptible y más íntegro. En segundo, que México está urgido de símbolos ganadores para elevar su alicaída moral pública. Han sido mayores las noticias de enfrentamientos, asesinatos, crímenes y decepciones que el hecho de haber ayudado al país más poderoso de la historia de la humanidad en este momento de crisis ha incrementado un poco el sentimiento de orgullo nacional.

Se debe estar preparado para enfrentar las contingencias del medio ambiente. Sin embargo, cuando estas suceden no sólo conllevan pérdidas y dolor en aquellos que las padecen directamente. También significan momentos de oportunidad para descubrir si las autoridades están capacitadas para administrar la incertidumbre y para demostrar que la población, en última instancia, es quien siempre se salva a sí misma.


El Guardián, septiembre 17, 2005.

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